quinta-feira, 22 de dezembro de 2011

SUPERIOR PROVINCIAL DEL SUDESTE DE BRASIL

P. Rubens Sevilha, nombrado obispo auxiliar de la archidiócesis brasileña de Vitória


Communicationes
SAO-PAULO (21-12-2011).- El P. Rubens Sevilha, hasta ahora superior Provincial de la provincia de San José de Brasil-Sudeste, ha sido nombrado obispo auxiliar de Vitória (Brasil) por el papa Benedicto XVI, según informaba esta mañana la Santa Sede a través de un comunicado oficial.

El P. Rubens Sevilha nació hace 52 años en Tarabaí (Brasil). Carmelita descalzo desde 1980, estudió filosofía en la Facultad de Nuestra Señora Medianera de Sao Paulo y teología en la Pontificia Facultad del Teresianum de Roma. Fue ordenado sacerdote en 1985.

Ha ocupado varios cargos de responsabilidad y gobierno en su provincia como maestro de postulantes y de novicios, además de superior provincial de 1994 a 1996, cargo que ostentaba actualmente desde el capítulo provincial celebrado en los últimos meses.

Asistente de la Asociación de Carmelitas Descalzas “Santa Teresa”, ha sido también consejero provincial y párroco de la parroquia de Santa Teresita en Sao Paulo.

El P. Rubens recibirá la ordenación episcopal el 18 de marzo de 2012. La archidiócesis de Vitória, de la que será obispo auxiliar, tiene una población de 3.210.000 habitantes de los que 2.010.000 son católicos. En la archidiócesis hay 138 sacerdotes y 264 religiosos.

Reconocidas las virtudes heroicas del P. María Eugenio del Niño Jesús carmelita descalzo.

BUENA NOTICIA PARA EL CARMELO DESCALZO:

Reconocidas las virtudes heroicas del P. María Eugenio del Niño Jesús carmelita descalzo.

Communicationes

ROMA-ITALIA (19-12-2011).-

La Santa Sede ha dado conocer hoy la aprobación del decreto por el que se reconocen las virtudes heroicas del Siervo de Dios, el carmelita descalzo y fundador del Instituto secular Notre-Dame de Vie, P. María Eugenio del Niño Jesús.

Nació en Gua-Aveyron el 2 de diciembre de 1894, en un pueblo minero del sur de Francia en el seno de una familia humilde. Fuertemente atraído por el sacerdocio desde joven, ingresó en el seminario a los 17 años. Tres años después, cuando estalló la I Guerra Mundial, se enroló como voluntario en el ejército, experimentando en su batallón la especial protección de sor Teresa del Niño Jesús.

Después de la guerra, ingresó de nuevo en el seminario, y fue ordenado sacerdote a los 28 años, el 4 de febrero de 1922. Descubrió la llamada de Dios al Carmelo durante sus años en el seminario y 20 días después de ordenarse entró en el Noviciado que los carmelitas descalzos tenían en Avon, cerca de París, donde tomó el nombre de María-Eugenio del Niño Jesús.

Allí se enraizó en la oración y profundizó en las enseñanzas de los maestros del Carmelo. Desde el principio de su ministerio se dedicó a difundir la profunda experiencia espiritual de los Santos del Carmelo y la ciencia de la oración, mediante publicaciones y retiros.

Elegido Definidor General de la Orden en 1937, asumió el cargo de Vicario General tras la repentina muerte en 1954 del P. General, Silverio de Santa Teresa.

Precisamente, durante su estancia en Roma escribe su obra maestra, síntesis de las enseñanzas de los Santos del Carmelo: Quiero ver a Dios.

Falleció en Notre-Dame de Vie (Francia) el 27 de marzo de 1967 a los 73 años de edad.

Notre-Dame de Vie

En 1932 fundó el Instituto Secular Notre-Dame de Vie, con el objeto de dar a conocer las riquezas de la oración contemplativa al mundo actual. Los miembros del Instituto, hombres y mujeres laicos y sacerdotes, están llamados a dar testimonio de la presencia de Dios en el mundo, viviendo y enseñando el camino de la oración.

quarta-feira, 23 de novembro de 2011

CÓMO TRANSMITIR HOY EL MENSAJE TERESIANO EN AMÉRICA LATINA


CÓMO TRANSMITIR HOY EL MENSAJE TERESIANO EN AMÉRICA LATINA

CHARLA EN EL CONGRESO LATINOAMERICANO DE ESPIRITUALIDAD, 17 DE NOVIEMBRE DEL 2011

JORGE A. ZUREK L., OCD

El misticismo de Teresa de Jesús es un proyecto de vida de seguimiento de Cristo. Más aún, representa un atajo en el camino de santidad cristiano. Sin embargo, existe un desconocimiento del mismo en la mayoría del pueblo de Dios latinoamericano, y, en su clero, se presenta un conocimiento precario del mismo, que se reduce a ciertas anécdotas sobre la Santa. Además, el pueblo de Dios presenta ciertas resistencias para recibirlo, pues los adultos están acostumbrados a un cristianismo sacramental basado en preceptos y la mayoría de los jóvenes están alejados de toda práctica religiosa, sumergidos en un mundo pragmático y técnico. Es necesario entonces pensar en una manera de hacer llegar el mensaje Teresiano a la Iglesia—al pueblo de Dios y a la jerarquía—y a la gente fuera de la Iglesia.
Mi intención es reflexionar sobre la manera cómo transmitir el mensaje Teresiano de tal manera que las personas abracen su propuesta mística. Yo planteo que el mensaje Teresiano se debe transmitir hoy de manera creativa en sintonía con la propuesta pedagógica original de la Santa para que tenga la misma fuerza transformativa que tuvo en su origen. Primero, analizo la propuesta pedagógica de Teresa. Luego, describo su programa educativo como un camino hacia la interioridad para descubrir la trascendencia del Don del amor de Dios. Finalmente, propongo que la transmisión del mensaje Teresiano desemboca en “una mística de ojos abiertos”.
Yo realizo esta reflexión basado en mi propia experiencia: en la experiencia reciente en estos últimos años que he tenido, divulgando el mensaje de Teresa de Jesús en Miami y, en especial, en Colombia. En Colombia, he compartido el mensaje de Teresa a una gran variedad de públicos: nuestros estudiantes teólogos, los estudiantes de la Universidad Javeriana que vienen de diversas carreras civiles, las monjas Carmelitas Descalzas y los laicos de la Parroquia Santa Teresita. Aunque el mensaje se comparte con una pedagogía común de fondo para todos ellos, hay variaciones en la misma, según el caso.
Aunque la transmisión del mensaje Teresiano debe estar a la altura de la docencia en un mundo globalizado del siglo XXI, su vigor se encuentra en la fidelidad a la original pedagogía teresiana. La educación ha desarrollado una multitud de recursos, herramientas y medios—incluyendo entre otros, plataformas virtuales en Internet—para ayudar en el proceso de aprendizaje. Realmente, ha habido unos avances asombrosos en el campo educativo que han facilitado el proceso de aprendizaje en las ciencias naturales, sociales y humanísticas. Sin embargo, la pedagogía propia de la mística puede hacer uso de estos recursos, herramientas y medios, con un talante propio que desborda el conocimiento filosófico, humanístico y técnico con el fin de adentrar a la persona en el misterio del amor de Dios en su vida. La pedagogía propia de la espiritualidad se encuentra de manera ejemplar en los místicos—Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola y San Bernardo, para mencionar algunos—que tenían la aptitud para comunicar y contagiar los caminos hacia la unión con Dios. Teresa de Jesús era maestra de oración y doctora mística no solamente por el contenido espiritual y doctrinal de sus obras, sino por su genialidad para comunicar su mensaje. En esta charla, me limito a estudiar la pedagogía de Teresa de Jesús; de esta manera, Teresa misma nos dará las claves de cómo transmitir hoy su mensaje espiritual.
1. Pedagogía Teresiana
Jesús Barrena Sánchez explicita la vocación de educadora que tenía Teresa de Jesús. Según Barrena, ella tenía una vocación innata de ser una mujer forjadora de personalidades. Ella no estudió en la Universidad ni tampoco tenía un conocimiento técnico sobre la educación; pero sabía educar.
Barrena aclara primero qué es educar y luego clarifica qué es educar para Teresa. Educar es humanizar. La educación es la tarea de colaborar con el hombre para que consiga su plenitud, valga decir, acabamiento; llegar a ser un hombre cabal. Barrena precisa el significado de la palabra educar a partir de su etimología: el verbo en latín “e ducere”. Educar es colaborar con el hombre para que salga el hombre que hay en el hombre. En tanto Teresa habla del hombre creyente, educar es colaborar para que salga el hombre auténtico y santo que hay en el interior del mismo hombre. También, es acompañar y orientar al hombre para que consiga lo imposible pero deseable: ser un hombre auténtico. Es proporcionarle el alimento para que continúe siendo un hombre auténtico.
Dado que Teresa no usa la palabra “educar”, Barrena estudia qué significa “educar” para ella en palabras que tengan un significado semejante. Ella usa el verbo “ser” en un sentido parecido al de educar; por ejemplo, ella afirma que el Señor “esté siempre presente dándonos el ser” . Con ello, Teresa quiere decir que Dios la forma y le da consistencia a su personalidad. Ella también emplea el verbo “criar” con un gran contenido de sentido educativo. Le recuerda a la priora de Sevilla, María de San José, que a ella le corresponde “criar almas para el cielo”. De esta manera, le quería decir que a la priora le compete ayudar a las personas para que desarrollen sus propias virtudes y lleguen así al cielo. El verbo “crecer” también tiene connotaciones educativas: en la alegoría del huerto, dice que al hortelano le corresponde trabajar el huerto y hacer crecer las virtudes. En este sentido, educar es procurar que la persona crezca en virtudes. Igualmente, Teresa emplea el verbo “personalizar” con un sentido educativo en la carta escrita a María de San José: “Por harta buena dicha tuviera pudiera hacer camino el ir ahí por ver a vuestra reverencia y hartarme de reñir con ella, y aun, por mejor decir, de hablarla, que ya debe estar hecha persona con los trabajos” . Aquí se ve la excelente pedagogía de Teresa que habla de una manera irónica y familiar a María de San José , expresándole que quiere verle a ella para “hartarme de reñir con ella”. El contexto es que María de San José ha tenido que afrontar una crisis comunitaria tremenda como priora, en la cual fue perseguida cuando los sacerdotes que intervinieron le quitaron equivocadamente el cargo de priora para luego restaurárselo. Según Teresa, María de San José se hizo más persona viviendo y asumiendo esta crisis. Finalmente, ella usa el verbo “labrar” en un sentido parecido al de educar, en el libro de las Moradas, donde dice: “…es que no se acuerde que hay regalos en esto que comienza, porque es muy baja manera de comenzar a labrar un tan precioso y grande edificio…” El alma aquí se compara a un edificio grande y precioso. Educar es ayudar a preparar a la persona para ser una edificación para Dios.
2. El amor plenifica al hombre
La pedagogía teresiana como colaboración y conducción de la persona para que logre su autenticidad humana se concretiza hoy en el proyecto educativo de orientar a la persona para que se encuentre a sí misma y, luego, se abra a la transcendencia del amor. El talante educativo de Teresa, de acompañar a la otra persona para ayudarla a desarrollar su personalidad y virtudes, con el fin de prepararla para que se encuentre con Dios, se traduce hoy en un proyecto educativo que lleva, primero, a la persona a la interioridad, para desde ahí descubrir la trascendencia y el amor.
Siguiendo al filósofo y teólogo canadiense Bernard Lonergan, la interioridad se cifra en la toma de consciencia de cómo funcionamos, valga decir, de cómo conocemos y tomamos decisiones. La persona parte de su propia existencia, se revierte sobre sí misma y toma consciencia de su propia realidad; se descubre como sujeto que tiene la capacidad de situarse frente a sí mismo y que rebasa todo lo que experimenta. Así, la persona se halla como sujeto de todas las cosas experimentables, y se descubre como un ser que trasciende las cosas, un ser trascendental. Por eso pasa a reconocerse como alguien responsable de sí mismo y de sus decisiones y sus actos.
El deseo de conocerse a sí mismo y de apropiarse de su existencia es un anhelo universal. Todas las personas, creyentes o no creyentes, tienen este deseo profundo de conocerse. Algunos son conscientes de esto, otros no; pero en todas las personas se puede despertar este anhelo por conocerse. Este movimiento de reflexión e interiorización de auto-conocimiento lleva al sujeto a tomar consciencia de que es un ser que trasciende y, de esta manera, él se abre a la inquietud y a la pregunta por Dios, a la trascendencia en el misterio asombroso de amor. La persona se encuentra en la frontera de su capacidad humana. Esta pedagogía provoca una apertura y disposición en la persona humana de pararse en el borde de sus capacidades humanas y dejarse caer en el asombro ante el misterio de la vida.
Existen momentos en que la persona es atraída por encima de sus fuerzas y descansa en el amor gratuito de Dios, que la pone en lo que Lonergan le llama estado dinámico de estar enamorados de Dios. Allí, el deseo profundo de saber, que se da en la persona suscita la pregunta por el misterio y descansa en la satisfacción de reposar en él. El sujeto encuentra en la experiencia de Dios, el regalo del amor de Dios, la realización de su deseo más hondo y él se enamora totalmente de Dios:
Estar-enamorado de Dios, como experiencia, es estar enamorado sin restricciones. Todo amor es auto-entrega, pero estar-enamorado de Dios es estar-enamorado sin límites o cualificaciones o condiciones o reservas. De la misma manera que el cuestionar sin restricciones constituye nuestra capacidad de auto-transcendencia, así el estar-enamorado sin restricciones constituye la realización propia de esa capacidad.
La persona experimenta la irrupción del misterio del amor de Dios en su existencia:
Como este estado dinámico es consciente sin ser conocido, resulta ser una experiencia del misterio. Puesto que es estar-enamorado, el misterio no es meramente atractivo sino fascinante; a él pertenecemos y por él somos poseídos. Puesto que es un amor sin medida, el misterio evoca el temor reverencial de Dios (“Awe”). En cuanto es consciente sin ser conocido, el don del amor de Dios es por sí mismo una experiencia de lo santo, del mysterium fascinans et tremendum de Rudolf Otto. Es lo que Paul Tillich llamó el ser dominado por el interés último. Corresponde a la consolación sin causa precedente de San Ignacio de Loyola tal como la expone Karl Rahner.
Ante esta experiencia mística, todos los deseos humanos—los deseos de inteligencia, de verdad y de bien—encuentran su satisfacción misteriosamente en su relación con Dios. La persona consigue su acabamiento y su plenitud; la persona llega a ser un hombre cabal.
La persona ha sido puesta en un nuevo nivel de consciencia (Lonergan lo llamaría el quinto nivel de consciencia que es interpersonal). En este nivel de consciencia es donde ocurre gratuitamente la experiencia de Dios y es allí donde el ser humano corresponde con la conversión religiosa. Según Lonergan, la conversión religiosa es una conversión hacia lo fundamental y hacia el amor. Él habla de un amor incondicional e irrestricto que llena la capacidad humana: “Pero esa capacidad encuentra su plenitud, y ese deseo se convierte en alegría, cuando la conversión religiosa transforma el sujeto existencial en un sujeto enamorado, aprehendido, cautivado, poseído, dominado por un amor total y por eso ultra-mundano.” Este quinto nivel de conciencia intencional es el del amor irrestricto, el amor que no busca recompensa, el amor olvidadizo de sí. El amor es lo central y es todo; se experimenta en su raíz como el amor de Dios, valga decir, el amor religioso. Si bien todos los seres humanos tienen el potencial de amar, de existir en el quinto nivel de consciencia, la experiencia de Dios se da gratuitamente en este nivel de consciencia. El sujeto humano tiene la capacidad de amar y de ser amado y, en esta capacidad y nivel de consciencia, tiene la experiencia de Dios. De esta manera, la persona desea vivir de este amor, por cuanto el amor religioso es la raíz de todas las demás realizaciones de amor.
Ahora bien, la pedagogía teresiana coincide con las demás formas pedagógicas, incluyendo las pedagogías de la filosofía, las ciencias humanísticas y las ciencias naturales y aplicadas, en tanto colabora con el hombre para que logre la autenticidad humana: llegar a ser un hombre cabal. La pedagogía teresiana tiene una dimensión humana y, en sentido amplio, su forma de educar lleva a la humanización. Ahora bien, un proceso educativo hoy que conduce a la persona su propiaq interioridad para lograr un auto-conocimiento y descubrir su capacidad de auto-trascendencia se puede lograr con la ayuda de la filosofía, las ciencias sociales y humanísticas: la psicología y la filosofía pueden lograr que el hombre tome conciencia de su propia interioridad y de su capacidad de trascendencia. El hombre puede llegar por sus propias fuerzas hasta este punto: el hombre puede—mediante la filosofía, las ciencias humanísticas y las ciencias sociales—alcanzar este nivel de consciencia. Sin embargo, el resto del proceso educativo que incluye el descubrimiento del misterio del amor de Dios es absolutamente gratuito: es la experiencia gratuita de Dios. En este punto del proceso educativo, entran los místicos con un aporte sin igual: son los profesionales de la experiencia de Dios. Son testigos insignes de la experiencia de la interioridad, de la trascendencia y del misterio del amor de Dios. Los místicos testifican la experiencia de ser engolfados por el misterio de Dios, por el don del amor de Dios. Son testigos privilegiados de experiencias místicas, que no son fruto del esfuerzo humano, sino que son absolutamente gratuitas. Expresan a través del lenguaje la experiencia que ellos han tenido de Dios, de lo que Lonergan llama el estado dinámico estar enamorado de Dios.
Esta fase pedagógica que acompaña al hombre al encuentro íntimo con Dios no se puede fundamentar en los métodos pedagógicos racionales, basados en los conocimientos filosóficos o científicos, sino en pedagogías basadas en la fe, en específico, las pedagogías de los místicos. En efecto, la pedagogía de los místicos entronca con las pedagogías de otras disciplinas humanas en cuanto busca humanizar; pero las trasciende en cuanto versa sobre el misterio indescriptible. Teresa, doctora mística y maestra de oración, ofrece un ejemplo privilegiado de esta pedagogía mística. Una pedagogía contemporánea que invite a la experiencia inmediata de Dios debe tomar en consideración el lenguaje utilizado por Teresa.
Teresa emplea el lenguaje narrativo para hablar de la experiencia del amor de Dios en su vida. El lenguaje narrativo no es teoría, no es movimiento de razón; al contrario es un lenguaje que expresa algo que está más allá de la teoría: la experiencia absolutamente gratuita del amor de Dios. El lenguaje narrativo no se enfrasca en conceptos, sino que los trasciende expresando el movimiento de la vida, en donde Dios se experimenta. Ella expresa mediante el lenguaje la actuación de Dios en su historia, que trasciende el mundo de estados de cosas, el cual puede ser conceptualizado. Ella no se sujeta a esquemas de pensamiento conceptual, más bien los supera con un lenguaje narrativo autobiográfico.
Teresa emplea un lenguaje performativo, que realiza lo que dice, valga decir, que hace lo que dice. Ella transmite una experiencia y ofrece un testimonio que invita al encuentro con Dios y que inspira hacer el camino para unirse a Dios; pero el encuentro y unión llegan como algo absolutamente gratuito que sólo viene de la iniciativa divina. El testimonio de Teresa se convierte en un mapa existencial y conceptual de referencia para buscar encontrarse con Dios en la propia vida. Su lenguaje testimonial aclara el camino y ayuda en el discernimiento para la unión con Dios; además motiva, dispone y entusiasma al caminante.
Teresa también recurre a los símbolos, puesto que necesita expresar su experiencia de Dios que resulta ser profunda e inefable. La experiencia mística tiene carácter de inefabilidad; Teresa se topa con dificultades para expresarla: “yo no lo sé decir” (V 12,5). Ella se encuentra a veces impotente para poder expresar el misterio del amor de Dios: encuentra la precariedad de expresiones profanas para hablar de lo inefable y esto la hace recurrir a los símbolos: analogías, figuras, comparaciones y semejanzas se convierte en el lenguaje común de ella para hablar de la experiencia inefable Dios. Ella acude principalmente a símbolos bíblicos; además recurre a otros extraídos de su vida cotidiana y algunos derivados de su lectura espiritual. El lenguaje simbólico inspira, evoca, guía, describe, clarifica, ayuda a testimoniar y a discernir la experiencia mística y el encuentro con Dios; pero la experiencia mística es totalmente dada por Dios. El lenguaje simbólico dispone a la persona para el encuentro con Dios: la hace encontradiza del Dios que la busca.
Resumiendo, la transmisión del mensaje Teresiano hoy implica asumir también la pedagogía propia de Teresa: emplear un lenguaje que lleve al encuentro con Dios. La pedagogía teresiana puede hacer uso de la filosofía y las ciencias sociales y naturales para iluminar la existencia y contribuir al autoconocimiento como proceso de auto-realización humana. Sin embargo, trasciende las disciplinas y métodos racionales y el propio horizonte de mera auto-realización humana, introduciendo a la persona en el misterio de Dios. Es por eso que la pedagogía teresiana emplea un lenguaje que supera el lenguaje racional: un lenguaje narrativo y simbólico. La pedagogía teresiana entraña un lenguaje narrativo testimonial que es formativo: hace lo que dice. También conlleva un lenguaje simbólico que permite balbucir lo inefable de la experiencia mística.
En concreto, he transmitido el mensaje teresiano, empleando principalmente un lenguaje narrativo y simbólico para provocar el encuentro con Dios. La comunicación del mensaje teresiano ha partido de la propia vida: responde a un tema de espiritualidad relevante para los propios oyentes. También ha surgido de dinámicas psicológicas o filosóficas de autoconocimiento. Partiendo de esta fuerza motivacional existencial, se han presentado los escritos de Teresa, haciendo una lectura pausada, cuidadosa y explicada para superar las barreras presentes dadas por la diferencia de lenguaje y cultura entre sus escritos y los oyentes. Estas lecturas se han complementado con testimonios de otras personas y propios, para darle un sentido más encarnado al mensaje teresiano. Me he servido de la belleza de los símbolos teresianos y la belleza de su propia escritura para provocar un encuentro con Dios, para suscitar nostalgia de Dios. Todo esto se ha hecho para que las personas tomen consciencia del amor de Dios ya presente en sus vidas y, al mismo tiempo, para provocar una conversión, un acercamiento al Dios Amor. Teniendo presente que las personas han descubierto el amor de Dios, se aclaran las consecuencias éticas de la vida mística.
3. Educar para “una mística de ojos abiertos”
La pedagogía mística inspirada en Teresa no deja a la persona en un amor etéreo, desencarnado, e intimista. Al contrario, la pedagogía mística inspirada en Teresa debe responder al desafío en el siglo XXI de vincular contemplación y compromiso para ser una respuesta cristiana válida en la sociedad multicultural que se presenta hoy en América Latina. El teólogo alemán Johann Baptist Metz, hablando del cristianismo y proponiendo una ética universal para esta era del pluralismo cultural y religioso, propone una mística de ojos abiertos:
“La mística de la Biblia —en las tradiciones monoteístas— es en su núcleo un mística política o, más precisamente, una mística de la compasión política y social. Su imperativo categórico reza: ¡despertad, abrid los ojos! Jesús no enseña una mística de los ojos cerrados, sino una mística de los ojos abiertos y con ello de la exigencia incondicional de percibir el sufrimiento de los otros.”
Propone la mística de los ojos abiertos como la espiritualidad auténtica que se deriva de la persona de Jesús y la contrapone a la mística de los ojos cerrados. La mística de los ojos abiertos es la espiritualidad de la compasión que es capaz de ver el sufrimiento del otro, responder al mismo y comprometerse con el otro. Es la espiritualidad propuesta por Metz para el cristiano del siglo XXI: un cristiano que pueda aportar con una ética universal basada en la compasión para la construcción de una sociedad más justa y humana. Ahora bien, considero que la mística que propone Teresa no es la de los ojos cerrados que menciona el teólogo Metz, sino la mística de los ojos abiertos. Más aún, Teresa apunta a una mística de ojos abiertos, pues apunta a lo fundamental, a hacer la voluntad de Dios que se cifra en el amor que se traduce en compasión hacia el otro.
Teresa reconoce que la espiritualidad tiene su centro en hacer la voluntad de Dios: “Toda la pretensión de quien comienza oración (y no se os olvide esto, que importa mucho) ha de ser trabajar y determinarse y disponerse con cuantas diligencias pueda a hacer su voluntad conformar con la de Dios…” Teresa plantea que hacer la voluntad de Dios es estar en comunión con Dios y cumplir los dos mandamientos de amor:
“¿Qué pensáis, hijas, que es su voluntad? Que seamos del todo perfectas; que para ser unos con El y con el Padre, como Su Majestad le pidió, mirad qué nos falta para llegar a esto.”
“Acá solas estas dos que nos pide el Señor: amor de Su Majestad y del prójimo, es en lo que hemos de trabajar. Guardándolas con perfección, hacemos su voluntad, y así estaremos unidos con él.”
“La más cierta señal que, a mi parecer, hay de si guardamos estas dos cosas, es guardando bien la del amor del prójimo; porque si amamos a Dios no se puede saber, aunque hay indicios grandes para entender que le amamos; mas el amor del prójimo, sí. Y estad ciertas que mientras más en éste os viereis aprovechadas, más lo estáis en el amor de Dios…”
La sustancia de la mística y de la oración es la experiencia del amor de Dios y éste traducido en amor al prójimo. La raíz del amor es el amor divino; pero la verificación del amor se encuentra en el amor al prójimo.
Hernando Alzate propone que cuando Teresa se une con Dios, se transforma radicalmente su vida, implica una reorientación de su vida hacia el amor que se refleja en el trato con los demás.
En Teresa de Jesús, la vida de unión con Dios, Amigo verdadero -señal del desposorio con Él- ha trasladado definitivamente el centro de gravedad de su vida espiritual, y por tanto el de su vida afectiva, hacia la experiencia de la amistad con Dios. La oración como trato de amistad con quien sabe que la ama, la ha llevado a activar sus más profundas fuerzas anímicas y la ha hecho volver a su base vital después de haber pasado, como por un “mar tempestuoso” durante casi veinte años. Su contacto con Dios como Amigo verdadero, determina ahora, su trato con sus semejantes, su amor y también sus preferencias. Su afectividad, su amistad, tienen una raíz mística, pero no por eso deja de ser humana, su amor está impregnado de divino-humanidad.
La transformación en el Dios amigo libera a Teresa de todo egoísmo y su trato con los demás es potenciado por la experiencia mística para convertirse en amor auténtico de entrega hacia los demás.
Según Teresa, en el matrimonio espiritual, la persona logra su madurez espiritual y está empoderada para el servicio apostólico, puesto que participa de la condición humano-divina de Cristo. Unida al que es Fuerte, la persona está potenciada desde dentro para servir a Dios y a los otros. Además, la persona se encuentra fortalecida en sus virtudes. La presencia del Señor en el centro del alma inspira y fortalece las virtudes e informa el cuerpo exterior por un dinamismo de rebosamiento. Las gracias místicas experimentadas como la abundancia del amor de Dios, transforman a la persona de tal manera que la persona logra la unidad de contemplación—presencia íntima de Dios—y de acción—presencia amorosa ante los demás, valga decir, compromiso amoroso con los demás.
En el libro de Fundaciones, Teresa propone la integración de la oración con la vida cotidiana. Ella estudia la sustancia de la oración perfecta y concluye que: “el aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho.” Por tanto el centro de la oración es el amor. La persona orante que ama, encuentra a Dios en todas partes: “Pues ¡ea, hijas mías!, no haya desconsuelo cuando la obediencia os trajere empleadas en cosas exteriores; entended que si es en la cocina, entre los pucheros anda el Señor ayudándoos en lo interior y exterior.” La persona orante busca a Dios en todas las cosas y se mantiene en su presencia durante las actividades cotidianas: “¡Cuánto más que el verdadero amante en toda parte ama y siempre se acuerda del amado!” Ella muestra preferencia por las buenas obras y la obediencia—la organización cotidiana para mantener la vida comunitaria—por encima de la vida de oración:
“Cualquiera de estas dos cosas (obediencia y aprovechamiento de los prójimos) que se ofrezcan, piden tiempo para dejar el que nosotros tanto deseamos dar a Dios, que a nuestro parecer es estarnos a solas pensando en El y regalándonos con los regalos que nos da. Dejar esto por cualquiera de estas dos cosas, es regalarle y hacer por El, dicho por su boca: Lo que hicisteis por uno de estos pequeñitos, hacéis por mí.”
Resalto que Teresa dice que el aprovechamiento del prójimo es motivo para dejar la vida tranquila e interior de la oración. Aunque esto se escribió para las monjas de conventos del Siglo XVI, tiene una aplicación más amplia: una clave para la vida de todo cristiano. La actitud compasiva de responder a las necesidades del prójimo y su sufrimiento es más importante que la vida de silencio y oración. La actitud de tener los ojos abiertos para ver el sufrimiento del prójimo y de responder al mismo atendiendo al prójimo es la clave de una espiritualidad madura. Las obras basadas en la compasión a favor del prójimo y de los que sufren encienden más el corazón con amor que la misma oración. En consecuencia, la espiritualidad madura se manifiesta en una praxis basada en la compasión. Sin embargo, Teresa balancea esta idea con la importancia de tener siempre oración: la oración mantiene y mejora la calidad de las buenas obras, incluyendo las acciones basadas en la compasión. De esta manera, la oración está subordinada a una vida vibrante de amor que une contemplación que acción, oración y praxis compasiva.
4. Conclusión
Teresa plantea una mística de ojos abiertos y nos propone una pedagogía para formar místicos que tengan la opción fundamental de tener los ojos abiertos para responder al sufrimiento de los demás. El mensaje Teresiano recobra su vitalidad original al ser transmitido al hombre y mujer del siglo XXI mediante una pedagogía inspirada en la misma Santa. Esta pedagogía mística empalma con los otros métodos pedagógicos de la filosofía, ciencias humanas y naturales, para buscar la humanización de la persona en el siglo XXI. Muestra así su carácter interdisciplinario. Todo esto manifiesta la pertinencia y calidad de los místicos para la evangelización del siglo XXI.
La pedagogía teresiana puede inspirar un proyecto educativo y de evangelización que lleve a las personas al autoconocimiento en la propia interioridad y de ahí descubrir su capacidad de trascendencia y de entrega en el amor. Su pedagogía mística nos ofrece un manejo distinto del lenguaje, un paso al lenguaje narrativo y simbólico para entrar a la persona del misterio de Dios.
La pedagogía teresiana no deja a la persona en un mundo etéreo ni intimista, al contrario lleva a la persona a encontrarse con Dios y a vivir el proceso de transformación que conduce al compromiso con el otro. La pedagogía teresiana forja místicos que tienen la opción de tener los ojos abiertos, los cuales tienen la capacidad de compadecerse del otro y contribuir de esta manera a la construcción de un mundo más solidario, justo y en paz.

quinta-feira, 17 de novembro de 2011

TERESA DE JESÚS, DISCÍPULA MISIONERA EN AMÉRICA LATINA


CONGRESO LATINOAMERICANO DE ESPIRITUALIDAD

TERESA DE JESÚS, DISCÍPULA MISIONERA EN AMÉRICA LATINA.
(Santo Domingo, 14-19 de noviembre de 2011).

DIMENSIÓN COMUNITARIA DEL DISCIPULADO Y LA MISIÓN EN TERESA DE JESÚS.

0. Introducción.-. Antes de abordar el tema, de manera directa, en Santa Teresa de Jesús, deseo decir una palabra en torno a la manera de actuar del Señor Jesucristo, quien llamó a la Santa de Ávila y a quien ella siguió, como su gran maestro que la enseñó en todo. Efectivamente, para los cristianos de primera hora, para los de la edad media, para los de hoy y los de siempre, Jesucristo, el Señor, es la norma, el modelo y el espejo en quien se deben poner los ojos, ya que él es quien inicia y consuma nuestra fe (Hebreos 12,2). El poner o fijar los ojos en Jesús es una experiencia que baña toda la revelación del nuevo testamento y que también atraviesa la experiencia y los escritos de Santa Teresa de Jesús.
Efectivamente, los escritos de Santa Teresa de Jesús, que tienen una fuente en su propia experiencia, son un eco muy repetido, constante y reiterativo, de esta realidad neo testamentaria; es decir, la de poner los ojos en Jesús, el Señor.
Se trata de una experiencia clave o fundamental en el nuevo testamento, que podemos llamar fijarnos en Jesús, poner los ojos en la persona de Jesús, en quien el Padre de los cielos tiene sus complacencias. En efecto, esta es una de las experiencias que marca hondamente la vida de Santa Teresa de Jesús. Sus escritos son eco apremiante, reiterado, incisivo y amoroso de ella: “que pusiese los ojos en lo que él había padecido y todo se me haría fácil” (V 26,3), “los ojos en él” (V 35,14), “pongamos los ojos en Su Majestad” (V 39,12), “los ojos en vuestro Esposo” (CV 2,1) “¡Oh Señor!, que todo el daño nos viene de no tener puestos los ojos en Vos, que si no mirásemos otra cosa sino al camino, presto llegaríamos; mas damos mil caídas y tropiezos y erramos el camino por no poner los ojos –como digo- en el verdadero camino” (CV 16,7), “no os pido más de que le miréis” (CV 26,3), “poned los ojos en el crucificado y haráseos todo poco” (7M 4,8), “procura siempre en todo recta intención y desasimiento, y mírame a Mí: que vaya lo que hicieres conforme a lo que yo hice” (CC 8. Toledo, 1570: Recta intención y mirar a Jesús en todo).
Teresa de Jesús revivió muchos pasajes evangélicos. Este es uno de los más decisivos. A esta esencial experiencia personal de la Santa la podemos denominar el evangelio teresiano de la mirada y del encuentro. Para ella, lo importante es educar el espíritu para mirar al Señor con los ojos de la fe. En esa dirección van sus consignas clave sobre la mirada, sobre el fijar o poner los ojos en Jesús. Los pasajes bíblicos que ella ha leído en los evangelios y de los que ha tenido alguna experiencia mística, es lo que ella se propone transmitir a sus lectores de todos los tiempos.
En la persona del Señor Jesús, revelado en el nuevo testamento, es donde Santa Teresa pone los ojos y sabe mirar de una manera excepcional. Será esto un punto de partida importante, que no perderemos de vista. Nos fijaremos, en un primer momento, en la manera como el Señor Jesús busca a sus discípulos, los llama para que estén con él, compartiendo su vida; los forma para vivir en comunidad y para enviarlos a predicar, a anunciar el Reino de Dios, anunciado y realizado por él. Los discípulos son formados por Jesús y por él son también enviados a anunciar, a predicar, con una misión concreta.
1. La formación de la comunidad querida por Jesús.-. Jesús, para formar comunidad de discípulos y para enviarlos a predicar, según el testimonio del nuevo testamento en general y de los evangelios y el apóstol Pablo en particular, se dedica incansablemente a buscar discípulos, para formarlos, para hacerlos tomar conciencia del acontecer o del suceder del Reino de Dios. En presencia de ellos, realiza milagros, como ejercicio de la misericordia con los más necesitados. Todo ello en función de constituir una comunidad solidaria.
1.1. Jesús busca y forma a sus discípulos.-. Esta es una de las grandes tareas de la vida pública de Jesús. La búsqueda de discípulos, por iniciativa de Jesús, es una afirmación y una realidad ciertísima y realísima que encontramos regada en los evangelios. Esta búsqueda de discípulos y el inmediato seguimiento de Jesús, ya se va dando en el ejercicio del ministerio y predicación de Juan el Bautista (Juan 1,35-43), y también al principio de su propia actividad en Galilea (Marcos 1,16-20). Esta búsqueda de discípulos es tan significativa y nuclear que la Iglesia Apostólica, la hace una institución en los doce apóstoles. Esta búsqueda es tan fundamental que esta Iglesia la acentúa o enfatiza muy profundamente.
Aunque la lista institucionalizada de los doce es tardía (no antes del año 70), podemos también afirmar que Jesús invierte muchas energías en buscar y conseguir discípulos. Es tarea fundamental para él. Lo que anuncia es tan novedoso, tan diferente y tan raro, que es imposible conseguir discípulos de la noche a la mañana. Estas mismas energías están volcadas en función de formar a su pequeño grupo, a su pequeña comunidad de discípulos misioneros. Toda esta obra de Jesús en función del pequeño grupo es una originalidad de él (Atención a lo masivo y a lo numérico en nuestra evangelización, en nuestra pastoral). La pretensión de Jesús no es convertir propiamente a toda Galilea.
1.2. ¿Para qué busca discípulos?.-. Nos da la clave el texto de Marcos 3,13-14: “Subió al monte y llamó a los que él quiso; y vinieron donde él. Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar”. La misión, el envío misionero, aparece en una segunda instancia (lo cual no significa que no es importante y fundamental en la vida del cristiano) y como una consecuencia lógica del encuentro con Jesús, del estar con Jesús, alrededor de Jesús, en una fuerte experiencia de vida comunitaria. Es impensable que Jesús los mande a evangelizar, a predicar, cuando apenas está abriendo camino con ellos.
Una finalidad de Jesús es lograr una toma de conciencia en sus discípulos. Lo mismo pretende hacer con la utilización de las parábolas, que son el lenguaje original y típico de Jesús. Hace tomar conciencia de la acción de Dios al interior del ser humano y de la transformación que ese acontecer produce. Una toma de conciencia hacia dentro del discípulo se llama orar y hacia afuera se llama predicar, anunciar, misionar, ser enviado. Toma de conciencia de lo que Dios produce en el interior de la persona (orar) y esto se anuncia (predicar) para que suceda en el otro.
La enseñanza de Jesús es propiamente esa toma de conciencia; no es enseñar doctrinas teóricas. Por lo mismo, para Jesús, el Padre Dios no es el resultado de una reflexión filosófica o teológica. Es esencialmente un dato de experiencia, captado por Jesús y revelado en sus palabras, gestos y comportamiento. El Padre es revelado por Jesús mismo. Jesús capta que el Padre sale de sí mismo para quedarse en el ser humano de manera privilegiada; dignificando su morada. El ser humano, a su vez, sale de sí mismo para abrirse al otro, al hermano. Razón de un gran principio comunitario, en el que se puede afirmar que una persona cerrada al otro, cerrada al hermano, es cerrada al acontecer de Dios en su propia vida. La cara del cristianismo está en las comunidades solidarias y abiertas a los demás, a los hermanos.
Jesús no hace discusiones abstractas o doctrinales sobre Dios, porque esta doctrina puede servir de excusas para oprimir al otro. Es lo que Jesús reprocha a sus adversarios: quieren encadenar a Dios en sus propios intereses personales y lo usan como excusa para marginar y despreciar a los demás. Jesús se distinguió irremediablemente de los “profesores de religión” de su época. Esto lo pagó con su sangre. Para Jesús los derechos de Dios no pueden estar en contradicción con los derechos inalienables de los hombres, sus hermanos; es decir, que cualquier manifestación de la voluntad de Dios que vaya en contra de la dignidad humana es la negación automática de la imagen del Dios vivo y verdadero.
1.3. Los milagros de Jesús en presencia de sus discípulos.-. La lista de los milagros realizados por Jesús, según los textos evangélicos, es bastante larga. Encontramos milagros muy diversos y variados. Tomo exclusivamente un texto que podemos considerar fundamental: Marcos 10,46-52 “El ciego de Jericó”. Este hombre no se detiene en suplicar a Jesús: “¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!... ¿Qué quieres que te haga?”. El Padre solo tiene una sola manera de obrar, de actuar y esta es la encarnada por Jesús, su enviado. Jesús fue entendido como el Señor que hace la misericordia, que tiene compasión, y la hace efectiva con aquel que se la pide, con quien la necesite, con todo el que está en emergencia salvífica.
El término misericordia es muy denso en la revelación bíblica, pero me atrevo a decir una. Indica todo el actuar de Dios en favor de su pueblo, en favor de toda la humanidad (de ayer, de hoy y de mañana, porque Dios es contemporáneo a todas las épocas y a todos los seres humanos). Es el amor típico de Dios que se inclina, que se agacha o se vuelve esclavo del ser humano, para levantarlo cuando cae.
Los milagros de Jesús fueron entendidos como esta misericordia concreta del Padre que se agacha para levantar al caído, al débil, al pecador, al miserable. La opción preferencial por el necesitado es de Dios. Es acontecer de Dios que toca la miseria humana. La misericordia es Dios mismo sucediendo agachado ante quien lo necesita.
1.4. La comunidad solidaria querida por Jesús.-. En conexión con el punto anterior, podemos afirmar que el Padre es solidario con el hombre en Jesús de Nazaret. Jesús es el lugar donde Dios es solidario con toda la humanidad. La misericordia y la solidaridad son el comportamiento mismo de Jesús. El Señor Jesús se hizo responsable de la solidaridad del Padre con todos los seres humanos; se hizo responsable de lo que Dios tenía que hacer por el hombre; lleva encima de sus hombros el pecado ajeno, la debilidad y la miseria ajena.
La finalidad del ser humano es seguir creando con Jesús de esa manera, es decir, solidariamente. La solidaridad es el comportamiento del ser humano que es instrumento de la obra creadora y salvadora de Dios. Dios “funciona” con y por el hombre; sin él no puede hacer nada. El ser humano como ser responsable de la acción de Dios.
Pues bien, resumiendo, la comunidad querida por Jesús es la comunidad orante (que está con él), misionera y solidaria con el más necesitado. Jesús dedicó mucho tiempo y gastó muchas energías en constituir esas pequeñas comunidades. Ya hemos dicho también, que la persona que es habitada por Dios trasciende en el otro, busca al hermano, especialmente al más necesitado. La solidaridad es con el más débil, el pecador, el frágil, con el pobre, con el que más necesita.
2. La formación de la comunidad querida por Santa Teresa de Jesús.-. Aunque el número 273 del Documento de Aparecida, hace referencia puntual a los apóstoles Pedro, Pablo y Juan, abre el arco a los santos en general, que siguen teniendo una vigencia enorme entre nosotros y me sirve para introducir el tema en torno a Santa Teresa de Jesús, quien nos ha convocado en este congreso: “También los apóstoles de Jesús y los santos han marcado la espiritualidad y el estilo de vida de nuestras iglesias. Sus vidas son lugares privilegiados de encuentro con Jesucristo. Su testimonio se mantiene vigente y sus enseñanzas inspiran el ser y la acción de las comunidades cristianas del Continente”.
Pues bien, el testimonio teresiano, se mantiene vigente y sus enseñanzas siguen inspirando nuestro caminar y acción comunitarias. El fuerte y profundo énfasis o acentuación de la dimensión comunitaria es característica esencial de la espiritualidad teresiana. Los rasgos del carácter de santa Teresa de Jesús, nos la muestran como una mujer para la comunión. Sus escritos la muestran abierta al diálogo, capacitada para vivir en comunión y crearla a su alrededor. Sus relaciones con tantas personas y de variadas clases sociales, nos muestran el índice de su madurez humana y espiritual. No conoce fronteras y hasta supera los prejuicios de su ambiente y se pone en relación con todos, incluyendo a las clases más marginadas. Realiza un movimiento que nace de su corazón.
Líder que contagia a los demás y los envuelve en sus planes, que son los de Dios (su hermano Rodrigo y san Juan de la Cruz, por ejemplo). Dotada de muchas cualidades: amistad, simpatía, sentido de adaptación a las demás personas, y a las circunstancias, realista, buen sentido del humor, conversadora que engolosina a sus interlocutores (cfr. la serie de personas que desfilan por sus fundaciones y el número de cartas que escribe), y sigue engolosinando a sus lectores, etc. Poseía una ardiente necesidad de comunicación, de diálogo y comunión plena.
2.1. Teresa de Jesús busca y forma a los discípulos.-. En los últimos veinte años de su vida (1562-1582), desata un gran trabajo de fundación de nuevas comunidades, de formación a sus monjas que van poblando los monasterios Carmelitas Descalzos y toda su actividad como escritora, podemos entenderla como un esfuerzo grande para conseguir discípulos y ponerlos en manos del Maestro Jesús, en quien ella ha confiado su vida de manera total.
Insiste abundantemente en la presencia de Cristo como Señor y Maestro: “Dejad hacer al Señor de la casa; sabio es, poderoso es, entiende lo que os conviene y lo que le conviene a El también” (CV 17,7). Además, Cristo es quien “nos juntó en esta casa” (Ibid. 3,1), y finalmente, Cristo presente es el Maestro, porque se anda en su compañía para aprender las palabras de vida eterna; para aprender lo que Jesús enseña, para aprender las palabras pronunciadas por esa boca divina. Las deja “salir buenas discípulas” (Ibid. 26,10; cfr. 24,5).
Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar de Santa Teresa de Jesús que es el Colón de un nuevo continente, el del mundo del interior del ser humano, el mundo del espíritu, el mundo fascinante “adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma” (1M 1,3). Aventajando a Cristóbal Colón, porque ella sí supo adónde llegó y de la conquista consciente de ese destino, sus escritos lo testimonian. Sus escritos, efectivamente son testimoniales, experienciales y al mismo tiempo son mapas de carreteras que van guiando pedagógica, didáctica y progresivamente a sus discípulos. En primer lugar, a “sus hermanas e hijas las monjas carmelitas descalzas”, como las inmediatas destinatarias de sus enseñanzas y de sus obras, pero con ellas también, todos los lectores posteriores y de todas las épocas, a los que va encaminando hacia la meta.
En la primera parte de esta intervención hemos dicho que “una finalidad de Jesús es lograr una toma de conciencia en sus discípulos. Lo mismo pretende hacer con la utilización de las parábolas, que son el lenguaje original y típico de Jesús. Hace tomar conciencia de la acción de Dios al interior del ser humano y de la transformación que ese acontecer produce. Una toma de conciencia hacia dentro del discípulo se llama orar y hacia afuera se llama predicar, anunciar, misionar, ser enviado. Toma de conciencia de lo que Dios produce en el interior de la persona (orar) y esto se anuncia (predicar) para que suceda en el otro”.
La finalidad de Santa Teresa no es otra. Ella, con su infinita e imperiosa necesidad de comunicar la riqueza de su experiencia (orar/estar en la compañía del Maestro), se propone en su magisterio, en sus obras, en su enseñanza (predicar), hacer que sus discípulos tomen conciencia de lo que ella ya ha tomado conciencia. Lo que produce la saturación de Jesús en la vida del ser humano. Busca la disposición y apertura del discípulo para que Jesús suceda en él, así como ha sucedido en ella. Ella recurre a las parábolas, a las comparaciones, al lenguaje figurado, para conducir a sus discípulos a la meta o destino al que ella ha llegado. Potencia al máximo el lenguaje y logra arrancar del corazón del Misterio de Dios, todo lo que necesitamos para vivir la ilusión de nuestra entrega, como buenos discípulos del Maestro Jesús, y el valor de ser anunciadores y constructores de su Reino (misioneros).
Santa Teresa de Jesús nos entrega, nos ofrece fluidamente su experiencia de Dios, para considerarla como camino posible y abierto para todos. Expresa y comunica con fuerza todo lo que está viviendo y experimentando en la intimidad con su Maestro y Esposo, Jesucristo, el Señor, con quien estuvo muchas veces a solas, disfrutando de su intimidad y de su infinito amor (Cfr. Vida 8,5), donde hace su tradicional definición de oración, como ejercicio fundamental de amistad y de amor.
Esta fuerte experiencia de Dios, en su vida, en su intimidad, en su interior, no la aisló, no la sacó de las preocupaciones normales de lo cotidiano, no la alejó de los otros para pensar solamente en su salvación, sino que la abrió solidariamente a los demás, a los otros. Su experiencia profunda de Dios la abrió a la experiencia comunitaria. Insisto que la dimensión comunitaria es característica esencial del carisma que encarnó Santa Teresa de Jesús. La construcción de la comunidad es ya mensaje evangelizador, y por lo tanto, ya es misionera, dando testimonio en medio del mundo en el que vive y atrayendo hacia la misma comunidad a los nuevos miembros que la forman y la consolidan: “… gozaban de la simpatía de todo pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar” (Hechos 2,47).
2.2. La comunidad querida por Santa Teresa de Jesús.-. Teresa de Jesús tuvo claro y, en conexión con el cristianismo más auténtico y genuino, que el objetivo fundamental o central es la vivencia, en comunidad, del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. La referencia comunitaria ha sido, es y seguirá siendo esencial para la vida cristiana. La gran Santa de Ávila nos ilumina en la urgencia por recuperar la calidad del testimonio de vida como seguidores de Jesús, el Señor. Grupos alternativos, comunidades nuevas, discípulas y misioneras con una fascinación y pasión renovadas por Cristo y por la humanidad, que viven con entusiasmo, alegría, sencillez y modestia el ideal propuesto en el evangelio, el cual debe seguirse con toda la perfección posible.
Los acontecimientos terribles por los cuales pasa la Iglesia de su tiempo, la golpean y le fijan una tarea. Inmediatamente después del dolor, del impacto primero de las noticias de tales acontecimientos, Santa Teresa toma una determinación firme o determinada = hacer algo: “Determiné a hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo, confiada en la gran bondad de Dios que nunca falta de ayudar a quien por El se determina a dejarlo todo... contentar en algo al Señor; y que todas ocupadas en oración por los que son defendedores de la Iglesia... ayudásemos en lo que pudiésemos a este Señor mío” (CV 1,2).
Eso poquito es ser cristiana a fondo, con toda la exigencia y radicalidad del evangelio. Y vivencia del evangelio en comunidad, haciendo comunidad o haciendo Iglesia: convocar a otras personas en torno al mismo ideal: “procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo”. Y, finalmente, servir a la Iglesia con la oración. Vivir en la Iglesia, amarla, construirla y consolidarla como un castillo de soldados valientes, generosos y fieles a su Rey.
En resumen y de cara a las grandes necesidades y males de la Iglesia, la “determinada determinación” de Santa Teresa es: ser cristiana de veras, convocar a otros en torno a este ideal esencial: servir y amar incondicional e infinitamente hasta el final a la Iglesia, a la comunidad de hermanos, reunidos en el nombre del Señor. “El llamado a ser discípulos-misioneros nos exige una decisión clara por Jesús y su Evangelio, coherencia entre la fe y la vida, encarnación de los valores del Reino, inserción en la comunidad y ser signo de contradicción y novedad en un mundo que promueve el consumismo y desfigura los valores que dignifican al ser humano” (Aparecida. Mensaje Final 2).
Teresa de Jesús siempre será una invitada de honor a la hora de buscar nuevas y radicales tendencias que revelen una profunda vitalidad evangélica y carismática; vuelta a la raíz, a lo fundamental, a la fuente primordial, que nos hace consistentes ante Dios y ante los hombres del mundo actual y que no nos hace vivir de modas pasajeras. Nuevas tendencias que nos lanzan seriamente a la búsqueda y conquista de una profunda transformación personal e institucional. Mociones frescas del Espíritu Santo en lo más íntimo del creyente, del cristiano y de los grupos y comunidades cristianas, en la vida consagrada, que nos toque y que nos ponga en sintonía espiritual con la revelación neotestamentaria y con la herencia más pura de nuestros santos.
Todo en su vida la va llevando a un nuevo concepto de vida comunitaria, de crear fraternidad, basada en características humanas y evangélicas. Presento algunas.
2.2.1. La comunidad teresiana es familia o hermandad.-. Esta nueva comunidad tiene el carácter de hogar. Habla la santa de nuestro “estilo de hermandad y recreación que tenemos” (F 13,5). Relaciones en la nueva comunidad que son el estilo de una familia sobrenatural donde el amor fraterno marca las nuevas relaciones.

Familia o hermandad como comunidades pequeñas. Ha pasado la hora de las grandes comunidades. Comunidades pequeñas, como espacios privilegiados para vivir la confianza, para aprender a vivir la fraternidad y en donde, a través de un largo proceso y de una interminable tarea, nos vamos acercando, comunicando, conociendo, respetando, valorando y amando los unos a los otros. Donde todos se van integrando como “piedras vivas”, como miembros integrales y donde todos son servidores. En medio de un mundo roto por el egoísmo y la falta de solidaridad, las comunidades de discípulos y misioneros, son verdadera alternativa, entendidas dichas comunidades como espacios donde se cultivan unas relaciones humanizadoras; comunidades cálidas, abiertas, llenas de comprensión, de perdón, de acogida, de tolerancia amorosa, de amistad, lealtad y franqueza. Espacio donde cada miembro es reconocido como templo del Espíritu; donde existe la mutua corrección, el ministerio de la animación evangélica y la superación del egoísmo y de la rivalidad: “Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás. Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo” (Filipenses 2,3-5). Comunidades pequeñas, familias o hermandades que dan testimonio alegre, viviendo una vida modesta, sencilla y solidaria, que se contenta con lo necesario y deja lo superfluo.

Es una intuición genial de santa Teresa de Jesús, lo de las comunidades pequeñas: “Que esto es siempre lo que han de pretender, y solas con El solo; y no ser más de trece; porque esto tengo por muchos pareceres sabido que conviene” (Vida 36,29) y, que seguramente fue acrisolando en el sufrimiento padecido cotidianamente en su monasterio de La encarnación de su ciudad natal, donde paradójicamente vive con más de ciento treinta (130) monjas y sin embargo, experimenta una grande soledad espiritual. La profunda contradicción es que la santa experimenta que tiene compañía y apoyo para el pecado, pero se siente sola para iniciar un serio proceso de conversión (Cfr. Vida 7,20-22).

Familia o hermandad al estilo de la Casa de Betania, la casa de Lázaro, Martha y María, donde se hospedó el huésped divino y que Martha atendió incansablemente. Concepto de vida comunitaria con énfasis en el amor y servicio al “divino Huésped” (CV 17,5-6), que se queda en la familia. Esta presencia de Cristo, es oscurecida en el grupo, comunidad, familia, por la falta de amor que puede llevar a la desunión. Ello trae la ausencia del huésped divino, el cual es votado de la casa (CV 7,10).

2.2.2. La comunidad teresiana es cristocéntrica y evangélica.-. Dos dimensiones de una misma realidad, que no debemos perder de vista en la experiencia teresiana, que ella nos ha dejado como herencia. En la comunidad teresiana, Cristo está en el centro de la misma. La santa misma, define su comunidad como “colegio de Cristo” (CE 20,1). Se pretende ser como el grupo de los discípulos, seguidores de Jesús que viven intensamente con el Maestro y gozan de su profunda y cercana intimidad. El acento cristológico que Teresa pide para sus comunidades es evidente. Quiere una comunidad donde Cristo siempre esté presente; confesión de Cristo como eje y fundamento de la comunidad, ya que su presencia da consistencia, altura, anchura y profundidad espiritual. Cristo es la norma de vida comunitaria.

Cristo siempre presente como Señor y Maestro: “Dejad hacer al Señor de la casa; sabio es, poderoso es, entiende lo que os conviene y lo que le conviene a El también” (CV 17,7). Cristo es quien “nos juntó en esta casa” (CV 3,1). Maestro, porque se anda en su compañía para aprender las palabras de vida eterna; para aprender lo que Jesús enseña, para aprender las palabras pronunciadas por esa boca divina. Las deja “salir buenas discípulas” (CV 26,10; cfr. 24,5). El fuerte énfasis de santa Teresa de Jesús sobre la vida comunitaria es muy rico y actual. El acento es cristológico concretado en la vivencia de la comunión.

Efectivamente, propone un nuevo estilo de vida con unas características muy concretas y con la raíz o fundamento en el amor. Cuatro razones para ello:
1. Gran contradicción y brutalidad vivir juntos sin amarse.
2. “La virtud siempre convida a ser amada”.
3. El mismo círculo de amor (Dios nos ama y nosotros a él).
4. Es el testamento dejado por Jesús (CE 6,7-8; CV 4,10-11).

Cristo siempre cumple la promesa de su presencia central en medio de la comunidad: “que Cristo andaría con nosotras” (Vida 32,11), “que era esta casa paraíso de su deleite”, “este rinconcito de Dios”, “morada en que Su Majestad se deleita” (Vida 35,12).

Además, la comunidad teresiana acepta el evangelio como norma suprema: “seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo, confiada en la gran bondad de Dios que nunca falta de ayudar a quien por El se determina a dejarlo todo” (CV 1,2).

La perspectiva teórica no es el fuerte de santa Teresa de Jesús (ni cuando habla de oración, de la gracia, de su inserción en la vida eclesial, de Jesucristo, el Señor, ni cuando se acerca a las Sagradas Escrituras y particularmente a los Evangelios). Su acercamiento al evangelio no es desde la teoría, desde la exposición especulativa del misterio encerrado en Jesucristo, sino que es evangelio más del seguimiento y la imitación de Cristo, como “Camino, Verdad, Vida” (Juan 14,6) y quien es para nuestra santa “por quien nos vienen todos los bienes; Él lo enseñará. Mirando su vida, es el mejor dechado” (Vida 22,7), “no quiero ningún bien sino adquirido por quien nos vinieron todos los bienes” (6Moradas 7,15).

En el acercamiento de Teresa a los Evangelios (a Jesús), hay una tendencia muy arraigada que se manifiesta como hambre y sed de identidad con la vida del Señor Jesús, quien frecuentemente la exhorta: “Estando pensando una vez con cuánta más limpieza se vive estando apartada de negocios, y cómo cuando yo ando en ellos debo andar mal y con muchas faltas, entendí: No puede ser menos, hija; procura siempre en todo recta intención y desasimiento, y mírame a Mí: que vaya lo que hicieres conforme a lo que yo hice” (CC 8 de Toledo, 1570: Recta intención y mirar a Dios en todo).

Es muy profunda la inclinación de Teresa de Jesús “por querer conformarme con lo que leía” (Vida 22,2) y es muy reiterativa en la exhortación que hace para disponernos en la identidad o imitación con el Señor: “será grande la paga imitar en algo a Su Majestad” (CV 2,7). Mucho más contundente cuando escribe: “darnos vida que sea imitando a la que vivió su Hijo tan amado; y así tengo yo por cierto que son estas mercedes para fortalecer nuestra flaqueza –como aquí he dicho alguna vez- para poderle imitar en el mucho padecer” (7Moradas 4,4).

2.2.3. La comunidad teresiana es misionera/apostólica.-. La comunidad no es un fin en sí misma. Se constituye para servir al Señor en la Iglesia con la oración, el apostolado y la santidad de vida. La dimensión misionera del carisma teresiano es fundamental. Teresa de Jesús, posee una rica vocación misionera y es una mujer de Iglesia, en la Iglesia y para la Iglesia. La experimenta como sacramento de salvación y es muy sensible al drama de las circunstancias que golpean a la Iglesia de su tiempo y en medio de ese drama y situaciones adversas, adopta una postura exquisita, pura y bien determinada o definida. Sensible al misterio de la Iglesia ante la cual adopta una actitud filial: se siente hija de la Iglesia que es su madre, en la que vive, a la que sirve y en la que muere –como lo confirman los testimonios de los que la vieron morir-, que viene a cristalizar el deseo manifestado en sus obras mayores. Particularmente resalto el testimonio de su misma pluma, consignado en las últimas expresiones de su obra cumbre “y en todo me sujeto a lo que tiene la santa Iglesia Católica Romana, que en esto vivo, y protesto, y prometo vivir y morir” (Moradas. Conclusión 4).

Por su madre la Iglesia, desata toda su capacidad operativa y todo lo pone a su servicio: la oración, magisterio espiritual, múltiples viajes y caminos andados, su gesta fundadora, tantos sufrimientos y alegrías, tantas luchas libradas. Todo ello en función de ayudar a la Iglesia de Cristo: “Estáse ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo –como dicen-, pues le levantan mil testimonios, quieren poner su Iglesia por el suelo, ¿y hemos de gastar tiempo en cosas que por ventura, si Dios se las diese, tendríamos un alma menos en el cielo? No es, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia” (CV 1,5). Y también todo en función de atraer hacia ella (hacia la Iglesia) a todos los que han de ser salvados. Entiende la dimensión del misterio soteriológico (las almas que se ganan o que se pierden). Se dispone a entregarse totalmente y multiplicada por mil, con tal de arrancar a uno solo de los que están en vías de perderse: “Diome gran fatiga, y como si yo pudiera algo o fuera algo, lloraba con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal. Parecíame que mil vidas pusiera yo para remedio de un alma de las muchas que allí se perdían” (CV 1,2).

No es otra su reacción interior ante el sermón de fray Alonso Maldonado, misionero franciscano en las Indias: “A los cuatro años, me parece era algo más, acertó a venirme a ver un fraile franciscano, llamado fray Alonso Maldonado, harto siervo de Dios y con los mismos deseos del bien de las almas que yo, y podíalos poner por obra, que le tuve yo harta envidia. Este venía de las Indias poco había. Comenzóme a contar de los muchos millones de almas que allí se perdían por falta de doctrina, e hízonos un sermón y plática animándonos a la penitencia, y fuese. Yo quedé tan lastimada de la perdición de tantas almas, que no cabía en mí. Fuíme a una ermita con hartas lágrimas; clamaba a Nuestro Señor, suplicándole diese medio cómo yo pudiese algo para ganar algún alma para su servicio, pues tantas llevaba el demonio, y que pudiese mi oración algo, ya que yo no era para más. Había gran envidia a los que podían por amor de Nuestro Señor emplearse en esto, aunque pasasen mil muertes. Y así me acaece que cuando en las vidas de los santos leemos que convirtieron almas, mucha más devoción me hace y más ternura y más envidia, que todos los martirios que padecen (por ser ésta la inclinación que Nuestro Señor me ha dado), pareciéndome que precia más un alma que por nuestra industria y oración ganásemos mediante su misericordia, que todos los servicios que le podemos hacer” (Fundaciones 1,7).
El “parecíame que mil vidas pusiera yo para remedio de un alma de las muchas que allí se perdían” y “pasasen mil muertes”, expresan claramente la pasión eclesial de santa Teresa de Jesús, a manera de un martirio místico. “Perdería mil honras y mil vidas” (CV 3,7), manifiestan la profunda vehemencia del deseo de ser mártir (no como en su infancia), de morir por la iglesia, por la fe, por las almas. Martirio entendido como incondicional servicio, total donación y coherente testimonio de amor.
Además de sus escritos, son abundantes los testimonios de personas que conocieron de cerca el alma teresiana y su pasión por las almas. Resalto solamente el testimonio de Julián de Ávila, su compañero fiel e incansable en los caminos polvorientos de España: “Todas sus ansias eran las almas que se perdían y las almas que no creían ni conocían a Dios, que a trueco de que se salvara un alma, no temiera ella de ponerse a los mayores trabajos que en esta vida se podían pasar, hasta en tanto que los que la trataban su alma era menester mitigarla esta pena porque parecía tenía en ello exceso. Y así encarga a sus monjas que siempre se duelan de las almas que se pierden y de los trabajos de la Iglesia, porque éste era su principal instituto” (Procesos, declaración de Julián de Ávila, tomo 18, página 470).
Teresa de Jesús se encarna en la tarea evangelizadora de la Iglesia, en el infinito horizonte misionero de la Iglesia, que va más allá de las fronteras geográficas de su España natal y se solidariza con la gesta evangelizadora que hace presencia en los nuevos territorios recién conocidos y conquistados por casi todos sus hermanos y sus paisanos. Ante las nuevas necesidades de la Iglesia, la Santa padece una fuerte sacudida y desarrolla una nueva sensibilización al misterio de la Iglesia y sus grandes requerimientos misioneros, en zonas donde es esperado el Evangelio.
Al estilo del gran apóstol Pablo y una vez que recibe del Padre Juan Bautista Rubeo, General de la Orden, la autorización para fundar monasterios y conventos (cuantos carmelos sea capaz), se lanza a la tarea y no cesará de hacerlo hasta su muerte prácticamente. En los últimos veinte años de su vida viajará y fundará comunidades, iglesias, de manera arrolladora e incansable, a pesar de las limitaciones (mujer, monja enclaustrada y con una salud corporal muy frágil). En sus andanzas gana para su obra a los frailes Juan de la Cruz y Antonio de Heredia, los primeros carmelitas descalzos y quienes unidos a otros posteriores, dilatarán la acción misionera y evangelizadora, llegando a tierras donde ella no pudo llegar.
Además de todo esto, es imperativo decir, que la experiencia profunda de Dios, la capacita como verdadero profeta, para testimoniar dicha experiencia. Lo anuncia con fuerza, a través de las palabras, de las obras, de su testimonio, de sus escritos y sus innumerables cartas. Todo lo aúna en su misión evangelizadora, en su acción misionera. Todo este espíritu misionero continúa vigente en sus actuales comunidades, en nosotros que somos continuadores de su obra y de sus intuiciones carismáticas y que certificamos la fuerza de su palabra, de su testimonio y su grande deseo: “que sabe Su Majestad que después de obedecer, es mi intención engolosinar las almas de un bien tan alto” (Vida 18,8). Es el bien de la oración, el de la profunda e íntima experiencia de Dios que nos enseña en lo secreto y que nos hace discípulos y nos lanza a la misión.
La incansable viajera, hace su último viaje, a la otra orilla de la eternidad, en una explosión de profunda conciencia eclesial. Muere dentro de la Iglesia, con gozo, acción de gracias y con la seguridad de lo que ella le ofrece: el Santísimo Sacramento (Cuerpo y Sangre de Cristo) que pide insistentemente y que le ofrece la Iglesia misma como gracia y sacramento de salvación. Fuerte sentido filial (muere gozosamente como hija de la Iglesia): “Al fin, Señor, soy hija de la Iglesia” y esponsal: “¡Oh, Señor mío y Esposo mío, tiempo es ya que nos veamos juntos”; “… que ya es llegada la hora tan deseada; tiempo es ya que nos juntemos; ya es tiempo de caminar; sea muy en hora buena; cúmplase vuestra voluntad”.
2.2.4. La comunidad teresiana es alimentada por la Eucaristía.-. La comunidad teresiana se alimenta de la Eucaristía. Sus comunidades acogen la presencia permanente en la Eucaristía, que permanentemente se ofrece a todos. Presencia ofrecida que reclama una presencia que acoge. En torno al Santísimo Sacramento, santa Teresa de Jesús, construía Iglesia como respuesta a los luteranos (Fundaciones 18,5). La Iglesia de todos los tiempos, además, de ofrecernos el alimento de la Palabra de Dios (la Iglesia es comunidad de hermanos convocados por esta Palabra), siempre nos ha ofrecido el Pan de la Eucaristía, que tan celosamente ha cuidado. Ambas mesas son necesarias para que el discípulo y misionero se pueda mantener en pie, para que se pueda sostener en la tarea cotidiana.

Me atrevo a decir, que estas dos mesas (Palabra/Eucaristía) sostuvieron la vida de santa Teresa de Jesús y aún sigue exhortándonos para que nos sigamos alimentando de ellas. La gran santa de Ávila tiene una conciencia muy grande y profunda de que en la Eucaristía, en el Pan partido, recibe personalmente a Jesús, su Señor y Esposo. Fue alimento indispensable para su vida.

Doy un paso abrupto en el tiempo, cuantitativamente hablando, ya que los invito a saltar de España (siglo XVI) a Aparecida – Brasil (siglo XXI, mayo de 2007): “El encuentro con Cristo en la Eucaristía suscita el compromiso de la evangelización y el impulso a la solidaridad; despierta en el cristiano el fuerte deseo de anunciar el Evangelio y testimoniarlo en la sociedad para que sea más justa y humana. De la Eucaristía ha brotado a lo largo de los siglos un inmenso caudal de caridad, de participación en las dificultades de los demás, de amor, de justicia. ¡Sólo de la Eucaristía brotará la civilización del amor, que transformará Latinoamérica y El Caribe para que, además de ser el continente de la esperanza, sea también el continente del amor!” (Discurso Inaugural de Su Santidad Benedicto XVI. Domingo 13 de mayo de 2007).

Muchas páginas de las obras escritas de santa Teresa de Jesús, están escritas bajo una influencia eucarística muy fuerte. De su experiencia de Jesús Eucaristía sigue brotando el mencionado “inmenso caudal de caridad”, que debe seguir fluyendo en sus comunidades, que cuidadosamente encarnan actitudes eucarísticas, que incluyen, por supuesto, pero que van más allá de la celebración cultual. El Papa Juan Pablo II insistió mucho en la necesidad de dar el paso del culto eucarístico hacia la cultura de la Eucaristía. Digamos que santa Teresa nos acompaña en ese paso, siempre actual, vigente y desafiante.

Los grandes valores que se viven durante la celebración cultual de la Eucaristía (el amor, la entrega generosa y solidaria a los demás especialmente a los más necesitados, la reconciliación, el perdón, la gratitud, la paz, la justicia, etc.), pasan a la realidad, a lo cotidiano de la vida, a través de la acción de los creyentes que celebran la Eucaristía y en ella encuentran la fuerza para cumplir la misión de cada día. Así, la Eucaristía es escuela de paz, escuela de amor en todas sus manifestaciones. La Eucaristía celebrada especialmente el Domingo (día del Señor y de la Comunidad de creyentes), como un “inmenso caudal de caridad”, riega los otros seis días de la semana. En otras palabras, los valores vividos y celebrados en el culto dominical, se viven personal y comunitariamente los otros días en la familia y en la sociedad.

Cuando una comunidad se deja cuestionar por la Palabra y escucha sus indicaciones vive la unidad, construye la comunión o vive eucarísticamente. Vivir eucarísticamente significa el amor, la fraternidad, la unidad, la convivencia, que diariamente se edifica entre los creyentes. Comunión fundamentada en Dios. Jesús quiere que seamos uno, como él y el Padre son uno (Juan 17, 20-21).
La comunión es tarea diaria. No está hecha por el solo hecho de creer en Jesús. La comunión la hacemos mediante un arduo trabajo en el que nos vamos conociendo, descubriendo, aceptando y amando los unos a los otros. Superando las dificultades y los conflictos (1Corintios 11,18-19). Pero las dificultades no deben ser excusas para perder el horizonte y el sentido de nuestra vocación. Existe de fondo un constante llamado a la unidad y al amor (Efesios 4,1-6).
Jesús nos abre los ojos y nos presenta a los demás como hermanos, para con ellos, construir la comunión, la comunidad de creyentes, hijos de un mismo Padre (cfr. 1Juan 4,7-21). Comunión y amor es compromiso con el otro, aunque ese otro sea un esclavo del egoísmo, del rencor, de la droga, del vicio, etc. Me corresponde comprometerme con el otro en su liberación.
Así las cosas, pienso que en la experiencia y en los escritos teresianos, encontramos resonancias y testimonios muy grandes y abundantes de una vida que celebra el culto de la Eucaristía y que evangeliza a la comunidad, a la sociedad, a la cultura, con la encarnación de los valores eucarísticos. De esto santa Teresa de Jesús sabe mucho, porque hay en ella una tendencia muy radical “por querer conformarme con lo que leía” (Vida 22,2) y con lo que celebraba, en este caso.

Un episodio harto conocido por nosotros en la vida de santa Teresa de Jesús, es el narrado por ella misma y que conocemos como el relato del Cura de Becedas (Vida 5,3-6). Ella, muestra aquí un compromiso con el otro, que va hasta las últimas consecuencias, el de la amistad que sana y recupera una situación perdida, un hijo de Dios perdido.

Para terminar, leo este texto teresiano, a mi modo de ver, una verdadera joya, en el que podemos rastrear algunas actitudes (obras) eucarísticas que se manifiestan en lo cotidiano de la vida y como ejercicio concreto del amor a Dios y al prójimo.

“Que no, hermanas, no; obras quiere el Señor; y que si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te dé nada de perder esa devoción y te compadezcas de ella; y que si tiene algún dolor, te duela a ti; y, si fuere menester, lo ayunes porque ella lo coma… pedid a nuestro Señor que os dé con perfección este amor del prójimo, y dejad hacer a su Majestad… y forzar vuestra voluntad para que se haga en todo la de las hermanas, aunque perdáis de vuestro derecho, y olvidar vuestro bien por el suyo, aunque más contradicción os haga el natural; y procurar tomar trabajo por quitarle al prójimo, cuando se ofreciere” (5 Moradas 3,11-12).

Padre Milton Moulthon Altamiranda, ocd.

SER DISCÍPULO MISIONERO HOY EN AMÉRICA LATINA

SER DISCÍPULO MISIONERO HOY EN AMÉRICA LATINA
A LA LUZ DE LA EXPERIENCIA Y DOCTRINA DE SANTA TERESA DE JESUS

Fr. Tomás de Jesús Ostos Ríos, OCD, México.

Creo que más que decir algo nuevo a lo ya expuesto, me toca hacer un amarre de las ideas vivas aquí proclamadas en las ponencias anteriores. No diré nada ya sabido, además está ya muy bien dicho en la palabra de los que me precedieron. Tan sólo intentaré relacionar las ideas para ver si logramos ensamblarlas, integrar nuestros desafíos latinoamericanos con los del momento teresiano. Espero no ser repetitivo más allá de lo necesario.

Hemos repasado el contexto del siglo XVI de Teresa de Ávila y el del siglo XXI de América Latina. También hemos recordado cómo ser discípulos misioneros de Jesús, al igual que Teresa de Jesús.

“Buscamos” a Jesús tras haber escuchado su llamada. El nos ha puesto de pie y nos ha enviado a todas las naciones para dar testimonio del entrañable amor del Padre anunciando el Reino para nuestros pueblos. Hemos tomado como pista de seguimiento a Teresa de Jesús para realizar nuestra propia “caminhada” por América Latina.

Teresa de Jesús como referencia, claramente indicado en su nombre: no por ser Teresa, sino por ser de Jesús. En efecto, seguimos a Jesús, como Teresa, a quien ella pertenecía. Jesús es nuestro Evangelio (Mc 1,1), es la Palabra que le vuelve la vida a toda realidad nuestra. Teresa nos enseña como maestra, a escuchar esta Palabra “conversando” renovadamente, como quien sabe recibir (y pronunciar) una Voz en Silencio; esta Voz resuena hoy por toda la Tierra. Por todo lo que hemos hasta ahora escuchado, Teresa se ha convertido en Cristo, una Palabra viva; podemos afirmar que Teresa es un lenguaje abierto, literario, simbólico, práctico, comprometido, callado como las acciones que hablan, como género literario contemporáneo a todos los tiempos y pueblos, particularmente los nuestros.

Ahora voy a desarrollar e hilvanar ideas bajo dos coordenadas. La primera se refiere a cuatro realidades concéntricas: el Reino, Jesús, Teresa, América Latina (van indicadas por los números de los incisos). La segunda coordenada presenta las categorías que se hayan presentes en las cuatro realidades anteriores, los elementos del Evangelio como anuncio del Reino (van indicadas por las letras minúsculas de los subincisos). Muchas expresiones serán reconocidas como evangélicas, otras como teresianas, otras de la espiritualidad latinoamericana o de Aparecida.

1. Cuatro elementos del anuncio del “Reino”:

1.a “Evangelio”: lo entiendo bajo las siguientes aspectos. Como…

Acontecimiento: es un suceso en la vida que no es como cualquier otro. Su acontecer manifiesta algo enorme, como rastro inconfundible de Dios que viene caminando con nosotros, que deja una huella inmensa en el corazón, cuando muestra la bondad y la cercanía de este Dios de Jesús y de Teresa, preocupado por el “hambre” de los pueblos o de las personas.

Acto de Dios, se da a partir de la iniciativa divina antes que de la petición humana, porque es puro celo de Dios por el ser humano (Sal 8): es un acto que el pueblo o la persona no pueden imaginar. Por ejemplo: “la estéril o la que no conoce varón se vuelven fecundas”, cuando el hombre juzga y sentencia la pena de muerte, Dios sentencia la vida a través de la resurrección, etc. No sólo es iniciativa divina, además es gratuita, como “perdonar los diez mil denarios”, o reintegrar al publicano y a la prostituta a la comunidad, etc. Como son actos de Dios, no podemos imaginarlos (1 Co 2,9), los hace como Dios, no como hombre (Os 11,9), la persona no puede provocarlos (vid 7M 1,11).

A través de este acto, Dios transforma, transfigura una situación, una historia. Lo muerto lo transforma en vida, los huesos vuelven a tener carne, al enfermo lo pone de pie, y a quien está de pie lo pone a caminar sobre el agua; el cansancio de un viaje a Emaús lo transforma en entusiasmo, y lo que estaba oscuro y triste lo llena de sentido y esperanza, etc.

Produce una alegría entrañable. Primero, al hambre del hombre le arranca un grito, despertando la conciencia de eso que es injusto y daña al ser humano; y cuando al pobre lo colma de bienes, le arranca un grito de alegría y alabanza: a la multitud la resucita como pueblo poniéndole en la conciencia: “hoy ha estado grande con nosotros, de nuevo se ha manifestado como nuestro único Dios, suscitando un profeta en medio de su pueblo” (Lc 7,16).

El evangelio provoca una alabanza, un canto, una proclamación. Ana y María se ponen a cantar la grandeza del Señor, y la comunidad a proclamar el kerigma, en una liturgia agradecida y laudatoria del Señor, celebrada en esperanza, vida del corazón.

1.b “Discípulo”

Es aquel que se ha puesto en camino al sentirse llamado por Jesús, el Hijo de Dios. Se siente llamado porque Jesús “se le acercó, lo tocó y lo levantó” (Mc). Le despertó la conciencia de Dios a través de una experiencia. Por ella lo puso a caminar como “siervo”, y en el camino se le fueron abriendo los ojos. Jesús provocó en el discípulo una “conmoción”, lo “desconcertó”; el discípulo lo escuchó, lo dejó todo y se adhirió a él (vid CV 1,2).

Hay dos tipos de discípulos: los que permanecen en su villa dando allí testimonio, haciéndose levadura en medio de la masa, y los que son enviados a proclamar el Evangelio. Ambos forman la “familia Dei”, por la cual se hace presente el Reino de Dios.

1.c “Misionero”

Es el discípulo “enviado” (“apóstol”) “de Jesús”, para proclamar el Reino. El misionero sale de la comunidad de los discípulos para “recrear” el Reino “creando” o “fundando” nuevas comunidades que lo experimenten y den testimonio de él.

1.d “Evangelizar”

Por este acto damos testimonio de lo que hemos “visto y oído” cuando “hemos ido de camino”, a través de nuestra manera de vivir. Testigo en griego se dice “mártir”. La vida es vivida hasta el extremo a favor de este testimonio.

Mártir no es necesariamente quien muere, sino quien sigue vivo a pesar de haber transitado por la muerte: Dios se revela en este tránsito, “saliendo” de una conciencia de muerto a una de estar vivo por la fe. (Tal vez este andar en la fe corresponda a la “verdad” de la humildad teresiana).

“Tocamos” a los otros a través de nuestras relaciones. “Pegamos calor”, diría Teresa. Esta manera de tocarlos despierta en los otros la conciencia de la cercanía de Dios, y a través de nosotros el Padre los levanta, los “pone de pie”, él los “resucita” a través de nuestro trato.

A través de estos actos actualizamos el Reino, es decir, lo hacemos “presente” en medio del mundo. Por medio de la “fuerza de Dios” (su Espíritu) realizamos “actos” de Dios en medio de la historia, como los “hechos de los apóstoles”. El Reino se empieza a difundir por contagio a través del testimonio de los que andan en fe, en verdad, en amor.

Es un “Reino” diferente, porque el Rey es el Padre, y su justicia transforma el “caos” de nuestra historia en una historia llena de “vida”, una vida que vale la pena vivirse, una vida definitiva, todo realizado por Dios a través de las manos de la comunidad humana.
2. Ahora presento estas categorías desde la praxis de Jesús:

2.a Cómo es Jesús el Evangelio del Padre, anuncio del Reino:

“Dichos”: Jesús habla del Padre, no de oídas, pues conoce al Padre. Nos habla de la inmediatez de su Presencia. Como hay un contraste entre lo que él dice y lo que dice la gente, suena como un “discurso nuevo, asertivo, con autoridad”. Así tenemos los “discursos de Jesús”.

“Hechos”: es la manera de anunciar el Reino sin pronunciar palabras, como un “lenguaje callado” que revela la vida de Dios a través de “actos” (Jn 5). Estos actos se vuelven elocuentes al evidenciar la solicitud del Padre, porque son actos realizados como sólo el Padre sabe hacerlos, pronunciados en la praxis de Jesús, según quedó expuesto en 1.a.

2.b Cómo forma Jesús la conciencia del “ser” discípulos.

Con esta manera de “decir” y de “actuar”, Jesús nos está “presentado” un mundo diferente, otra manera de relacionarnos, otra manera de ser justos, una forma similar a actuar como nuestro Padre del Cielo. Y lo está haciendo con la “fuerza de Dios” (vid. Rm 1,16-17), con el “Espíritu de Dios” (Lc 4,18). Esta nueva justicia, que es tarea de un “rey”, como es nueva, nos permite hablar de un nuevo reino, una nueva justicia, y por lo tanto, también de un nuevo pueblo, un nuevo ser humano, un cielo nuevo y una tierra nueva. Este Rey es Dios, ésta es su Justicia, y así somos un nuevo Pueblo y unos Hombres nuevos.

En resumen: Jesús nos está presentando una alternativa: una manera distinta a la de ser “mundo” o a la de ser como “los demás hombres y pueblos”. Nos está enseñando a “ser espíritu” personal y comunitariamente, en contraste con nuestra manera de “ser carne”. Nos está mostrando el Camino para ser “Familia Dei”.

2.c A dónde y cómo los envía Jesús.

Esta manera de “ser” “nueva” necesariamente entra en conflicto con el mundo, porque ya no se rige con los valores de éste, ni se mueve por intereses. Las relaciones cambian, pues ya no se trata de una mera “sociedad”, sino de una “comunidad”.

Mantenerse fiel a esta manera de ser como Dios en un mundo que “no entiende”, la podemos calificar como una “fidelidad máxima” al proyecto de Dios. Es una fidelidad en conflicto “tal”, que incluso la misma vida se relativiza para dar testimonio de este Padre, ya que ni la misma muerte puede detener su Voluntad de justicia y de vida. La vida entregada como un “acto” extremo de amor se torna en testimonio de la vida verdadera.

2.d Cómo se realiza en Jesús la obra del Padre, en su Muerte y Resurrección.

El “Reino” comienza a “entenderse” cuando a pesar de la resistencia del mundo ante esta alternativa, y por haber dado muerte al Justo, se evidencia la injusticia del sistema, subiendo su clamor al Padre, que interviene a favor de la Verdad que da Vida (Jn 1,3-4) ante la cual la muerte no tiene poder, ni tampoco el demonio ni la carne. Entonces el Padre resucita a su Hijo, a través de un acto inimaginable para los que “siguiéndolo” están “experimentando” esta “hora” (Mt 24,44; 26,45; vid Lc 22,47-53; Jn 18,11) sin acabar de “entender” (creer).

En esta manera de “ver actuando” a Dios en la vida y el mundo, el Reino nos da una “clave hermenéutica” para entenderla distintamente de toda humana comprensión, pues no ha nacido de “carne”, sino del “Espíritu”, es lo que llamamos “fe”, y permanecer en fe es lo que llamamos “fidelidad”.

Esta vida plena de sentido por la fe es la vida digna de ser vivida, la vida definitiva, la resurrección. Por la fe hemos resucitado con Cristo y hemos tomado posesión del Reino, con la “conciencia” de ser Hijos de Dios (Jn 1,12).


3. Desde la praxis de Teresa...

3.a Teresa experimenta, entiende y comunica el Evangelio

De acuerdo con todo lo anterior, podemos continuar la pista en la vida y la obra de Teresa:

(De 1.a) Teresa ha experimentado a Dios en su vida: sobre los acontecimientos de su vida ordinaria, ha experimentado la cercanía de Jesús y la infinita preocupación de Dios por ella. Lo podemos notar en los momentos claves de sus infidelidades, de las enfermedades que le aquejaron, los problemas y obstáculos que acompañaron las fundaciones de los palomarcitos. En todos estos acontecimientos aparecía la debilidad y la “carne” de Teresa, revelándose allí la “fuerza” de Dios. La presencia de Dios en su vida se reveló en ella (Gal 1,15) en su debilidad, como un Evangelio, Jesús mismo (Mc 1,1) actuando en ella, que así se le convirtió en “libro vivo”.

(De 2.a) Teresa nos ha dejado una enseñanza a través de hechos y de dichos. Sus hechos los conocemos a través de las “obras” “narradas” a través de sus “dichos”, los textos teresianos. El libro de su Vida narra no lo que es ella, sino lo que es Jesús en ella.

Sus obras completas no son sus libros, sino los textos más toda la obra que realizó el Padre a través de ella, cuando ella supo seguir a Jesús: su conversión, su reforma, sus fundaciones, su nueva familia.

Lo que hay en el fondo de su obra es una experiencia entendida y comunicada: un abrazo entrañable de Dios que le supo a “leche y miel”, y llenó de luz y sentido toda su vida. Sus dichos nos regalan palabras para poder entender y asimilar nuestra propia experiencia de Dios y el modo de caminar a través de esta experiencia, plasmado en su Camino de perfección. Sus hechos son la puesta en acción de esas “mercedes” divinas que nos modelan y remiten necesariamente a las “obras” (vid 7M 4,11.14) realizadas de acuerdo con estos “principios”, “cimientos” (7M 4,9) o Fundaciones.

Al final, Teresa se queda abrasada meditando un Cantar.

3.b Los discípulos forjados en la enseñanza viva teresiana.

A través de su “obra” Teresa nos enseña a ser seguidores y testigos de Jesús bajo cualquiera de las dos fórmulas: como discípulos estables o como misioneros itinerantes. Cuestión de lenguaje: todos, mediante el testimonio de vida somos “discípulos misioneros mártires”.

Recordemos que la familia teresiana es una “orden mendicante”: somos seglares que transformamos la sociedad permaneciendo dentro de ella y transformándola de acuerdo con estos “cimientos” según el puesto de cada uno; somos monjas que desde una particular estabilidad damos testimonio del Reino, reflejando el poder del amor de Dios desde un signo de la limitación humana; somos frailes y religiosas de vida activa que se nos ha encomendado la misión itinerante de portar con nosotros esta Palabra que llevamos en las entrañas dibujada.

Como discípulos vivimos en comunidades, con un semblante diferente de cualquier comunidad, con un “trato” “conversable”, del “cual gustan todos”, porque sabe a Reino.

Integramos comunidades en las cuales caemos en la cuenta que “para esto nos juntó el Señor”.

Presentamos con nuestras relaciones una “comunidad alternativa”: no puede parecerse a cualquier institución, sino ser una comunidad que transparenta ese entrañable Amor Trinitario que nos une (vid IM 1,1). Como comunidades “plurales” y “heterogéneas”, transitamos de una conciencia “doctrinal” a una transmisión “pastoral”. Hijos de un mismo Padre “todos somos iguales” como hermanos, como los doce hijos de Jacob, los doce apóstoles de Jesús. Aún “accidentalmente todos somos iguales”: estamos afectados por los mismos problemas globales, hemos sido confundidos por el pecado, hemos experimentado la impotencia y la indigencia, hemos sido interpelados por la necesidad ajena, nos domina el miedo a la muerte … y un mismo Señor nos ha sacudido metiéndonos en un camino de “desconcierto” que sólo puede descubrirse en el seguimiento y la “escucha” de una Palabra.

Como experiencia histórica resalto el hecho de que “fuerzas de mujeres despreciables” son la forma como Teresa, y Dios a través de ellas, ofrecen una contrarreforma diversa a la de Felipe II y la Inquisición (mundo).

El carisma teresiano entendido como “trato de amistad”, nos forma en esa manera de “ser tales” para ser testigos (“mártires”), a través de nuevas relaciones: de entendimiento puesto en la verdad de la fe, con un amor entre unos y otros por medio del cual conocemos a Dios (1 Jn 4,7s), esperando todo de la fidelidad de Dios, con desapego a todo lo que no sea su voluntad.

3.c La misión teresiana.

Esta manera nueva de relacionarnos como “Amigos fuertes de Dios” enseña al mundo una manera nueva de amar, de actuar evangélicamente, como alternativa personal y comunitaria, que en el mismo acto de ser y de vivirse, estamos siendo “luz del mundo” y “sal de la tierra” (Mt 5,). La comunidad teresiana comienza a convertir al “mundo” desde dentro, sin hacer ruido, como las “casas de los pobres” (vid CV 2,10; n.8: ”grandes muros son los de la pobreza”).

Abrir senderos como Teresa, seguramente nos acarrea sospecha de parte de las autoridades vigentes, civiles o religiosas. Pero no debe confundirnos el hecho de disentir de convenciones que han “perdido su sabor”. La mera praxis en sí misma no es herejía: es un primer paso, el de “experimentar” en fe, como riesgo y como signo de autenticidad de la misma, para dar paso a la reflexión, “juzgar” (“criticando”), que es discernir lo viejo de lo nuevo para quedarnos con lo mejor, lo más parecido al “obrar” de Dios.

En este respecto importa mucho la conditio sine qua non teresiana, el “buen entendimiento” (vid CV 14). Quien no esté dispuesto a salir de lo viejo, lo “concertado”, para “entrar” en el “desconcierto” de Dios, que es a la postre el “concierto” más “acertado (CV 14,3; vid CV 7,13: “va todo desconcertado este concierto”), no sabe de amores ni de fe. Lo contrario a la fe no es el entendimiento, sino el poco entendimiento, o dicho en griego, la “hipocresía”. A mayor entendimiento, mejor recepción de la fe.

3.d “Aquí comienza un libro nuevo”.

Este ser “pueblo de Dios” (comunidad) y “moradas de Dios” (personas), trae consigo una alegría grande, una satisfacción inmensa de ser, por ser para Dios y para los demás, con un sentido lleno de significado; donde el centro no son los intereses de cualquier tipo, sino la dignidad y hermosura de las personas. Es anuncio y tipo de la vida definitiva de los Hijos de Dios, para vivir como hermanas y hermanos en torno de la Bienaventurada Virgen María, priora (la primera) en la comunidad del Monte Carmelo (Convento de la Encarnación), tierra que mana “leche y miel”, donde todos puedan “venir y comer sin pagar, beber leche de balde” (Is).


4. En América Latina.

Nuestra referencia eclesial básica hoy es “Aparecida”. La tomo como una “teología de la historia” (como el libro de la Vida o de las Fundaciones) que hace nuestra Iglesia Latinoamericana desde su experiencia de los últimos tiempos. Los subtítulos son frases acuñadas que expresan nuestra disponibilidad teresiana de ser tales para nuestros hermanos de Latinoamérica.

4.a El “mejor vino” teresiano en un odre latinoamericano.

En nuestros pueblos, en su mayoría mestizos, se ha fusionado un lenguaje autóctono con uno nuevo, traído del viejo continente, generando una sociedad nueva, hoy ya vieja, “envejecida” por el fenómeno de la globalización. Lo global nos economiza, pero desgraciadamente no nos ha englobado como hombres nuevos. Teresa con su “hablar” nos pone en referencia con la Palabra del Padre que es siempre nueva, y que siempre nos renueva y “refunda” como personas y como pueblos.

Teresa nos invita a “ser conversables”. Aquí “hablar” es “ser” (Sal 19,4): que nuestros actos sean inmensos actos creadores de vida en la historia, puestos en razón, mostrando una Iglesia creíble. Que nuestra manera de ser y de relacionarnos diga algo “verdadero” a nuestros pueblos y sus “sistemas” (totalitarios, porque son totalizadores). Nuestras vidas tienen que ser pronunciadas de manera que “sepamos” a Dios, y este “trato” provoque “gusto de Dios” a todos quienes se nos acerquen. Nuestro trato está llamado a ser una “nueva liturgia” que hable por sí sola (vid Jn 4,23). Las obras son amores y no buenas razones: nuestra manera justa y recta de vivir, fundamentada en el amor y no en fundamentalismos, dará “carne” a ese Dios con nosotros.

Dios justo hace justicia al hambre de nuestros pueblos con los panes y los peces que nos piden nuestras gentes: la acogida, la solidaridad, la solicitud de unos con otros, la corresponsabilidad de crear una sociedad justa e igualitaria, movida por el amor puro espiritual que pone a las personas en el centro de las relaciones, no así los intereses (económicos, políticos, sociales, personales, etc.), ocupados todos por la casa común que es esta Tierra que gime aguardando nuestra conversión (Rm 8,18-27).

4.b. El camino de los discípulos: “volver a lo esencial”.

La espiritualidad teresiana de “ser tales”, genera nuevas personas, resueltas “psicológicamente” y espiritualmente, “disponibles” para comprender más que ser comprendidas, para escuchar más que ser escuchadas, hasta dar la vida, interiormente por la ascesis, exteriormente por la solidaridad y la comunión.

No podemos “entendernos” como personas sin la referencia al otro, ni amarnos a nosotros mismos sin salir del ego individualista. Entramos en comunión con el otro por el amor, lo acogemos por la humildad de la fe, lo esperamos con atención desinteresada y desprendida.

Gracias al rostro del “otro”, del que nos necesita, del “pobre”, se abren nuestras conciencias. El grito globalizado del dolor, la desesperanza, la falta de alternativas y de identidad de las personas y de los pueblos, golpea nuestras conciencias. No necesitamos inventarnos “ascesis de bestias”. Tenemos bastantes penas como para generar otras más. Mrejor sigamos el sabio consejo teresiano: “hagamos de la necesidad, virtud”.

Dios escucha el clamor del pueblo y ve su oprobio (Dt 26,7). Por la vida teologal expresada en las tres grandes virtudes teresianas, nos pone a escuchar y a mirar como él, en unión con él, y nos hace sentir el dolor y la infinita preocupación su corazón divino, hasta que le ofrezcamos nuestras manos y nuestros pies, nuestros panes y nuestros peces, para que él pueda multiplicarse en nuestros pueblos a través de nuestras comunidades.

Teresa nos refleja en estas tres virtudes los “cimientos” (fundaciones, fundamentos) para poder realizar esta obra de Dios en nosotros. Pedagógicamente el primer paso en la experiencia de lo inmediato, la personal, la familiar. Reconocido Dios en las miserias de nuestra vida (humildad), entendemos y podemos acompañar los procesos de nuestra gente.

La realización de esta obra es el signo de autenticidad de nuestro ser verdaderos amigos fuertes de Dios. La oportunidad nos la regala el semblante de los que sufren.

Sus pobrezas, sus oprobios nos despiertan y “recuerdan” a la realidad: no son como lo imaginamos. Nuestras imaginaciones (vid 7M 4,14) se desbaratan ante el humus de la necesidad ajena. El “prójimo” no es como yo lo interpreto, su dolor y su belleza reflejados en su rostro nos sacuden la conciencia, nos “conmueven”, porque con su “diferencia” nos sacan de nuestras expectativas.

Tampoco conocemos el resultado final: lo que será lo descubriremos ensayando el camino de Dios en fe. No podemos contentarnos con una mera promoción humana al estilo de las ciencias humanas o de las naciones. Sólo lo podremos hacer si vemos en cada rostro humano un “hijo de Dios”, y en cada historia, por deshumanizadora que sea, una oportunidad para reconocer el paso del Padre, generando esperanza.

Todo se “convierte” en una aventura en la que todo está por hacer. Hoy se está “re-fundando” un nuevo “San José de Ávila” latinoamericano. La visión del infierno (V 32) está presente en las hambres de nuestros pueblos.

Siendo fieles al Espíritu de Teresa, de Jesús, refundamos nuestras comunidades que se muestran como una alternativa que habla por sí sola del Reino de Dios a las “multitudes” (que “van como rebaño sin pastor”), a través de nuestro trato mutuo, nuestra liturgia, nuestra oración y compromiso, desde el desprendimiento y la generosidad del amor.

4.c. “Para esto nos juntó el Señor” (CV 1,5). “Ay de mi si no evangelizare.”

Nuestras comunidades teresianas, cuando se precian de ser tales, realizan el éxodo de lo tradicional a lo desconocido, del “ritual de la pureza” a lo “profético”, de lo doctrinal a lo pastoral. En esta “caminhada”, los hermanos vamos conociendo, y en el mismo acto, enseñando el camino de ser como Jesús: entrando en conflicto con todo lo que no es el Reino de Dios, de paz, de amor, de justicia y derecho… hasta dar la vida –viviendo o muriendo, dando fruto con las obras-. Viendo al crucificado, todo se nos hará poco (7M 4,8).

4.d. “Para vos nací” (P 5)

Como comunidades de personas unidas a Cristo, en este testimonio de fe (humilde y obediente), esperanza (desasida y pobre) y amor (de unos con otros y Dios), vamos testimoniando un Dios extraño, nuevo, desconocido, haciéndolo sin saber cuándo ni cómo (Mt 25, 31ss). Vamos delatando, con nuestras pisadas que siguen a un Dios que camina en el mar, el camino de la vida definitiva: por la fe vamos entrando en esta vida que es la de Dios con nosotros, resucitando con Cristo, aquí y ahora.

El ejercicio teologal de las virtudes teresianas es el camino de perfección: aprendemos con Cristo a “obedecer sufriendo” (Heb 5,8), generando historias de vida, la tierra del Carmelo que mana leche y miel.

Aparecida apunta hacia un “itinerario espiritual”, Teresa nos comunica uno experimentado y entendido, las Moradas de Dios con nosotros.


CONCLUSION

Creo que vivimos en un tiempo y en una región donde lo “pastoral” remite necesariamente a un “kairós”: el tiempo de Dios que nos mete en un “descanso eterno”. La Palabra callada del Padre nos adormezca las “potencias” tan desesperanzadas, las transforme dentro de un capullo para renacerlas como “mariposas” que anuncien la primavera de Dios (vid 5M 2).

La conversión auténtica nos ha de llevar a encontrar los caminos originales y desconcertantes de Dios. Generar una alternativa para nuestros pueblos no es suficiente: implica algo más allá que una justicia distributiva, si el dios que la mueve es el dinero; algo más allá que “migrar” libremente por nuestras fronteras buscando trabajo, si lo que “trabajo” significa trabajar para lo ajeno de otro con la implicación de la enajenación de la propiedad; algo más que justicia, si los tribunales no saben rehabilitar al hombre ni reintegrarlo a la sociedad y en lugar de eso las condenas llevan a la pena de muerte o a la separación de las familias; algo más que educación, si educar consiste en formar partes especializadas de un sistema…

Nuestro fin no es generar una sociedad, sino una comunidad; nuestras sociedades no deben nacer de contratos, sino de un “trato de amistad”; nuestras parejas no deben unirse para procrear, si el ayuntamiento nace de la pasión, el hedonismo o el dominio de un género sobre otro, en lugar del amor puro espiritual; nuestras comunidades no deben formarse si las vocaciones son funcionales o responden a fines interesados (por más religiosos que sean), antes que la respuesta a una provocación de amor y esperanza que pone a desarrollar todas las capacidades humanas; nuestra espiritualidad no debe orientar el desarrollo de los pueblos si parte del temor en lugar del amor; nuestros templos no deben abrirse si producen pensamiento mágico y prácticas de dependencia religiosa en lugar de formar adultos en la fe y el compromiso…

Sería preocupante promover desarrollos populares con criterios “macro” políticos – económicos – sociales, sin un espíritu decididamente teologal. Un Pueblo sin conciencia y sin esperanza está muerto. Sólo la unicidad de la vida en la pluralidad de las culturas promueve diferencias. Sólo en la diferencia podemos reconocernos auténticamente singulares. Sólo en el reconocimiento (propio y ajeno) podemos entregarnos. Sin la acogida confiada del otro, no podemos donarnos. Sin poder fluir de unos a otros sin tasas ni intereses, no podemos experimentar la gratuidad. Sin la espontaneidad propia de lo humano, no podemos cultivar la esperanza.

Antes de señalar “desafíos” necesitamos una conversión de la primera estructura humana: la conciencia. Sin un “corazón de carne”, y una actitud de “escucha”, no habrá cielo y tierra nuevos. Mas con una luz verdadera siempre vigente, encontramos siempre respuestas nuevas.

Nuestra primera solidaridad con el Pueblo ha de ser la del tránsito ascético desde el individualismo, el hedonismo, el egotismo y la propiedad, todos ellos conformadores de relaciones egocéntricas, hacia el ser humano desnudamente libre, desprendidamente pobre, porque nuestro único alimento es hacer la voluntad del Padre. Pero lo que impulsa este paso es la “mística experiencia” de Dios en la historia, el que nos abre la conciencia, cuando el letargo o el olvido se adueñan de nosotros al hartamos de los paradigmas de nuestros ídolos (vid Dt 6,11ss). El Pueblo nos demanda enseñarles hoy a caminar teologalmente por la historia, desde el caos hacia la humanidad pensada por Dios desde su Creación.

Necesitamos una determinada determinación para pasar de una “opción” a “ser” realmente pobres. El problema de nuestra espiritualidad es que conceptualmente es correcta, pero vivencialmente es burguesa. Solo desde la pobreza es posible experimentar a ese Dios con nosotros. “Allí” nos enseña una nueva clave hermenéutica de la historia, “allí” nos nace la esperanza de la fe, “allí” conocemos la Palabra del Padre para comunicar la Vida. En el hambre acogemos el pan de Dios, desde su satisfacción nace un mensaje sin resentimiento, lleno de esperanza.

Nos haría mucho bien pasar de un lenguaje conceptual a un lenguaje simbólico, como el de la Biblia o el de nuestros místicos, hasta quedar bien callados sin otras razones que la del amor.

Creo que no se trata de inventar algo nuevo, sino de volver nuestras conciencias a nuestro fundamento y origen: el Padre. Se trata de renovar lo que desde siempre ha sido consustancial a nosotros, de volver a hacer vigente lo “primero”, lo “definitivo”, pero la conciencia de ello siempre viene al último, una vez que lo tenemos “obrado y hallado” (2N 17,8).

Seamos fieles a esta nueva conciencia y compromiso, siempre plenos, siempre últimos, siempre definitivos, porque nos ponen los ojos en nuestro Esposo CV 2,1), en nuestros orígenes (vid CV 11,4). La vigencia de nuestro carisma, debida a la fidelidad de Dios, sólo puede hacerse carne mediante la fidelidad nuestra al Espíritu. Honremos la memoria de nuestra Madre Teresa a través de la vida fiel al Evangelio hoy y aquí, en América Latina.

--------------------------
Palestra proferida durante o Congresso latino-americano de Espiritualidade em Santo Domingo