quinta-feira, 17 de novembro de 2011

TERESA DE JESÚS, DISCÍPULA MISIONERA EN AMÉRICA LATINA


CONGRESO LATINOAMERICANO DE ESPIRITUALIDAD

TERESA DE JESÚS, DISCÍPULA MISIONERA EN AMÉRICA LATINA.
(Santo Domingo, 14-19 de noviembre de 2011).

DIMENSIÓN COMUNITARIA DEL DISCIPULADO Y LA MISIÓN EN TERESA DE JESÚS.

0. Introducción.-. Antes de abordar el tema, de manera directa, en Santa Teresa de Jesús, deseo decir una palabra en torno a la manera de actuar del Señor Jesucristo, quien llamó a la Santa de Ávila y a quien ella siguió, como su gran maestro que la enseñó en todo. Efectivamente, para los cristianos de primera hora, para los de la edad media, para los de hoy y los de siempre, Jesucristo, el Señor, es la norma, el modelo y el espejo en quien se deben poner los ojos, ya que él es quien inicia y consuma nuestra fe (Hebreos 12,2). El poner o fijar los ojos en Jesús es una experiencia que baña toda la revelación del nuevo testamento y que también atraviesa la experiencia y los escritos de Santa Teresa de Jesús.
Efectivamente, los escritos de Santa Teresa de Jesús, que tienen una fuente en su propia experiencia, son un eco muy repetido, constante y reiterativo, de esta realidad neo testamentaria; es decir, la de poner los ojos en Jesús, el Señor.
Se trata de una experiencia clave o fundamental en el nuevo testamento, que podemos llamar fijarnos en Jesús, poner los ojos en la persona de Jesús, en quien el Padre de los cielos tiene sus complacencias. En efecto, esta es una de las experiencias que marca hondamente la vida de Santa Teresa de Jesús. Sus escritos son eco apremiante, reiterado, incisivo y amoroso de ella: “que pusiese los ojos en lo que él había padecido y todo se me haría fácil” (V 26,3), “los ojos en él” (V 35,14), “pongamos los ojos en Su Majestad” (V 39,12), “los ojos en vuestro Esposo” (CV 2,1) “¡Oh Señor!, que todo el daño nos viene de no tener puestos los ojos en Vos, que si no mirásemos otra cosa sino al camino, presto llegaríamos; mas damos mil caídas y tropiezos y erramos el camino por no poner los ojos –como digo- en el verdadero camino” (CV 16,7), “no os pido más de que le miréis” (CV 26,3), “poned los ojos en el crucificado y haráseos todo poco” (7M 4,8), “procura siempre en todo recta intención y desasimiento, y mírame a Mí: que vaya lo que hicieres conforme a lo que yo hice” (CC 8. Toledo, 1570: Recta intención y mirar a Jesús en todo).
Teresa de Jesús revivió muchos pasajes evangélicos. Este es uno de los más decisivos. A esta esencial experiencia personal de la Santa la podemos denominar el evangelio teresiano de la mirada y del encuentro. Para ella, lo importante es educar el espíritu para mirar al Señor con los ojos de la fe. En esa dirección van sus consignas clave sobre la mirada, sobre el fijar o poner los ojos en Jesús. Los pasajes bíblicos que ella ha leído en los evangelios y de los que ha tenido alguna experiencia mística, es lo que ella se propone transmitir a sus lectores de todos los tiempos.
En la persona del Señor Jesús, revelado en el nuevo testamento, es donde Santa Teresa pone los ojos y sabe mirar de una manera excepcional. Será esto un punto de partida importante, que no perderemos de vista. Nos fijaremos, en un primer momento, en la manera como el Señor Jesús busca a sus discípulos, los llama para que estén con él, compartiendo su vida; los forma para vivir en comunidad y para enviarlos a predicar, a anunciar el Reino de Dios, anunciado y realizado por él. Los discípulos son formados por Jesús y por él son también enviados a anunciar, a predicar, con una misión concreta.
1. La formación de la comunidad querida por Jesús.-. Jesús, para formar comunidad de discípulos y para enviarlos a predicar, según el testimonio del nuevo testamento en general y de los evangelios y el apóstol Pablo en particular, se dedica incansablemente a buscar discípulos, para formarlos, para hacerlos tomar conciencia del acontecer o del suceder del Reino de Dios. En presencia de ellos, realiza milagros, como ejercicio de la misericordia con los más necesitados. Todo ello en función de constituir una comunidad solidaria.
1.1. Jesús busca y forma a sus discípulos.-. Esta es una de las grandes tareas de la vida pública de Jesús. La búsqueda de discípulos, por iniciativa de Jesús, es una afirmación y una realidad ciertísima y realísima que encontramos regada en los evangelios. Esta búsqueda de discípulos y el inmediato seguimiento de Jesús, ya se va dando en el ejercicio del ministerio y predicación de Juan el Bautista (Juan 1,35-43), y también al principio de su propia actividad en Galilea (Marcos 1,16-20). Esta búsqueda de discípulos es tan significativa y nuclear que la Iglesia Apostólica, la hace una institución en los doce apóstoles. Esta búsqueda es tan fundamental que esta Iglesia la acentúa o enfatiza muy profundamente.
Aunque la lista institucionalizada de los doce es tardía (no antes del año 70), podemos también afirmar que Jesús invierte muchas energías en buscar y conseguir discípulos. Es tarea fundamental para él. Lo que anuncia es tan novedoso, tan diferente y tan raro, que es imposible conseguir discípulos de la noche a la mañana. Estas mismas energías están volcadas en función de formar a su pequeño grupo, a su pequeña comunidad de discípulos misioneros. Toda esta obra de Jesús en función del pequeño grupo es una originalidad de él (Atención a lo masivo y a lo numérico en nuestra evangelización, en nuestra pastoral). La pretensión de Jesús no es convertir propiamente a toda Galilea.
1.2. ¿Para qué busca discípulos?.-. Nos da la clave el texto de Marcos 3,13-14: “Subió al monte y llamó a los que él quiso; y vinieron donde él. Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar”. La misión, el envío misionero, aparece en una segunda instancia (lo cual no significa que no es importante y fundamental en la vida del cristiano) y como una consecuencia lógica del encuentro con Jesús, del estar con Jesús, alrededor de Jesús, en una fuerte experiencia de vida comunitaria. Es impensable que Jesús los mande a evangelizar, a predicar, cuando apenas está abriendo camino con ellos.
Una finalidad de Jesús es lograr una toma de conciencia en sus discípulos. Lo mismo pretende hacer con la utilización de las parábolas, que son el lenguaje original y típico de Jesús. Hace tomar conciencia de la acción de Dios al interior del ser humano y de la transformación que ese acontecer produce. Una toma de conciencia hacia dentro del discípulo se llama orar y hacia afuera se llama predicar, anunciar, misionar, ser enviado. Toma de conciencia de lo que Dios produce en el interior de la persona (orar) y esto se anuncia (predicar) para que suceda en el otro.
La enseñanza de Jesús es propiamente esa toma de conciencia; no es enseñar doctrinas teóricas. Por lo mismo, para Jesús, el Padre Dios no es el resultado de una reflexión filosófica o teológica. Es esencialmente un dato de experiencia, captado por Jesús y revelado en sus palabras, gestos y comportamiento. El Padre es revelado por Jesús mismo. Jesús capta que el Padre sale de sí mismo para quedarse en el ser humano de manera privilegiada; dignificando su morada. El ser humano, a su vez, sale de sí mismo para abrirse al otro, al hermano. Razón de un gran principio comunitario, en el que se puede afirmar que una persona cerrada al otro, cerrada al hermano, es cerrada al acontecer de Dios en su propia vida. La cara del cristianismo está en las comunidades solidarias y abiertas a los demás, a los hermanos.
Jesús no hace discusiones abstractas o doctrinales sobre Dios, porque esta doctrina puede servir de excusas para oprimir al otro. Es lo que Jesús reprocha a sus adversarios: quieren encadenar a Dios en sus propios intereses personales y lo usan como excusa para marginar y despreciar a los demás. Jesús se distinguió irremediablemente de los “profesores de religión” de su época. Esto lo pagó con su sangre. Para Jesús los derechos de Dios no pueden estar en contradicción con los derechos inalienables de los hombres, sus hermanos; es decir, que cualquier manifestación de la voluntad de Dios que vaya en contra de la dignidad humana es la negación automática de la imagen del Dios vivo y verdadero.
1.3. Los milagros de Jesús en presencia de sus discípulos.-. La lista de los milagros realizados por Jesús, según los textos evangélicos, es bastante larga. Encontramos milagros muy diversos y variados. Tomo exclusivamente un texto que podemos considerar fundamental: Marcos 10,46-52 “El ciego de Jericó”. Este hombre no se detiene en suplicar a Jesús: “¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!... ¿Qué quieres que te haga?”. El Padre solo tiene una sola manera de obrar, de actuar y esta es la encarnada por Jesús, su enviado. Jesús fue entendido como el Señor que hace la misericordia, que tiene compasión, y la hace efectiva con aquel que se la pide, con quien la necesite, con todo el que está en emergencia salvífica.
El término misericordia es muy denso en la revelación bíblica, pero me atrevo a decir una. Indica todo el actuar de Dios en favor de su pueblo, en favor de toda la humanidad (de ayer, de hoy y de mañana, porque Dios es contemporáneo a todas las épocas y a todos los seres humanos). Es el amor típico de Dios que se inclina, que se agacha o se vuelve esclavo del ser humano, para levantarlo cuando cae.
Los milagros de Jesús fueron entendidos como esta misericordia concreta del Padre que se agacha para levantar al caído, al débil, al pecador, al miserable. La opción preferencial por el necesitado es de Dios. Es acontecer de Dios que toca la miseria humana. La misericordia es Dios mismo sucediendo agachado ante quien lo necesita.
1.4. La comunidad solidaria querida por Jesús.-. En conexión con el punto anterior, podemos afirmar que el Padre es solidario con el hombre en Jesús de Nazaret. Jesús es el lugar donde Dios es solidario con toda la humanidad. La misericordia y la solidaridad son el comportamiento mismo de Jesús. El Señor Jesús se hizo responsable de la solidaridad del Padre con todos los seres humanos; se hizo responsable de lo que Dios tenía que hacer por el hombre; lleva encima de sus hombros el pecado ajeno, la debilidad y la miseria ajena.
La finalidad del ser humano es seguir creando con Jesús de esa manera, es decir, solidariamente. La solidaridad es el comportamiento del ser humano que es instrumento de la obra creadora y salvadora de Dios. Dios “funciona” con y por el hombre; sin él no puede hacer nada. El ser humano como ser responsable de la acción de Dios.
Pues bien, resumiendo, la comunidad querida por Jesús es la comunidad orante (que está con él), misionera y solidaria con el más necesitado. Jesús dedicó mucho tiempo y gastó muchas energías en constituir esas pequeñas comunidades. Ya hemos dicho también, que la persona que es habitada por Dios trasciende en el otro, busca al hermano, especialmente al más necesitado. La solidaridad es con el más débil, el pecador, el frágil, con el pobre, con el que más necesita.
2. La formación de la comunidad querida por Santa Teresa de Jesús.-. Aunque el número 273 del Documento de Aparecida, hace referencia puntual a los apóstoles Pedro, Pablo y Juan, abre el arco a los santos en general, que siguen teniendo una vigencia enorme entre nosotros y me sirve para introducir el tema en torno a Santa Teresa de Jesús, quien nos ha convocado en este congreso: “También los apóstoles de Jesús y los santos han marcado la espiritualidad y el estilo de vida de nuestras iglesias. Sus vidas son lugares privilegiados de encuentro con Jesucristo. Su testimonio se mantiene vigente y sus enseñanzas inspiran el ser y la acción de las comunidades cristianas del Continente”.
Pues bien, el testimonio teresiano, se mantiene vigente y sus enseñanzas siguen inspirando nuestro caminar y acción comunitarias. El fuerte y profundo énfasis o acentuación de la dimensión comunitaria es característica esencial de la espiritualidad teresiana. Los rasgos del carácter de santa Teresa de Jesús, nos la muestran como una mujer para la comunión. Sus escritos la muestran abierta al diálogo, capacitada para vivir en comunión y crearla a su alrededor. Sus relaciones con tantas personas y de variadas clases sociales, nos muestran el índice de su madurez humana y espiritual. No conoce fronteras y hasta supera los prejuicios de su ambiente y se pone en relación con todos, incluyendo a las clases más marginadas. Realiza un movimiento que nace de su corazón.
Líder que contagia a los demás y los envuelve en sus planes, que son los de Dios (su hermano Rodrigo y san Juan de la Cruz, por ejemplo). Dotada de muchas cualidades: amistad, simpatía, sentido de adaptación a las demás personas, y a las circunstancias, realista, buen sentido del humor, conversadora que engolosina a sus interlocutores (cfr. la serie de personas que desfilan por sus fundaciones y el número de cartas que escribe), y sigue engolosinando a sus lectores, etc. Poseía una ardiente necesidad de comunicación, de diálogo y comunión plena.
2.1. Teresa de Jesús busca y forma a los discípulos.-. En los últimos veinte años de su vida (1562-1582), desata un gran trabajo de fundación de nuevas comunidades, de formación a sus monjas que van poblando los monasterios Carmelitas Descalzos y toda su actividad como escritora, podemos entenderla como un esfuerzo grande para conseguir discípulos y ponerlos en manos del Maestro Jesús, en quien ella ha confiado su vida de manera total.
Insiste abundantemente en la presencia de Cristo como Señor y Maestro: “Dejad hacer al Señor de la casa; sabio es, poderoso es, entiende lo que os conviene y lo que le conviene a El también” (CV 17,7). Además, Cristo es quien “nos juntó en esta casa” (Ibid. 3,1), y finalmente, Cristo presente es el Maestro, porque se anda en su compañía para aprender las palabras de vida eterna; para aprender lo que Jesús enseña, para aprender las palabras pronunciadas por esa boca divina. Las deja “salir buenas discípulas” (Ibid. 26,10; cfr. 24,5).
Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar de Santa Teresa de Jesús que es el Colón de un nuevo continente, el del mundo del interior del ser humano, el mundo del espíritu, el mundo fascinante “adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma” (1M 1,3). Aventajando a Cristóbal Colón, porque ella sí supo adónde llegó y de la conquista consciente de ese destino, sus escritos lo testimonian. Sus escritos, efectivamente son testimoniales, experienciales y al mismo tiempo son mapas de carreteras que van guiando pedagógica, didáctica y progresivamente a sus discípulos. En primer lugar, a “sus hermanas e hijas las monjas carmelitas descalzas”, como las inmediatas destinatarias de sus enseñanzas y de sus obras, pero con ellas también, todos los lectores posteriores y de todas las épocas, a los que va encaminando hacia la meta.
En la primera parte de esta intervención hemos dicho que “una finalidad de Jesús es lograr una toma de conciencia en sus discípulos. Lo mismo pretende hacer con la utilización de las parábolas, que son el lenguaje original y típico de Jesús. Hace tomar conciencia de la acción de Dios al interior del ser humano y de la transformación que ese acontecer produce. Una toma de conciencia hacia dentro del discípulo se llama orar y hacia afuera se llama predicar, anunciar, misionar, ser enviado. Toma de conciencia de lo que Dios produce en el interior de la persona (orar) y esto se anuncia (predicar) para que suceda en el otro”.
La finalidad de Santa Teresa no es otra. Ella, con su infinita e imperiosa necesidad de comunicar la riqueza de su experiencia (orar/estar en la compañía del Maestro), se propone en su magisterio, en sus obras, en su enseñanza (predicar), hacer que sus discípulos tomen conciencia de lo que ella ya ha tomado conciencia. Lo que produce la saturación de Jesús en la vida del ser humano. Busca la disposición y apertura del discípulo para que Jesús suceda en él, así como ha sucedido en ella. Ella recurre a las parábolas, a las comparaciones, al lenguaje figurado, para conducir a sus discípulos a la meta o destino al que ella ha llegado. Potencia al máximo el lenguaje y logra arrancar del corazón del Misterio de Dios, todo lo que necesitamos para vivir la ilusión de nuestra entrega, como buenos discípulos del Maestro Jesús, y el valor de ser anunciadores y constructores de su Reino (misioneros).
Santa Teresa de Jesús nos entrega, nos ofrece fluidamente su experiencia de Dios, para considerarla como camino posible y abierto para todos. Expresa y comunica con fuerza todo lo que está viviendo y experimentando en la intimidad con su Maestro y Esposo, Jesucristo, el Señor, con quien estuvo muchas veces a solas, disfrutando de su intimidad y de su infinito amor (Cfr. Vida 8,5), donde hace su tradicional definición de oración, como ejercicio fundamental de amistad y de amor.
Esta fuerte experiencia de Dios, en su vida, en su intimidad, en su interior, no la aisló, no la sacó de las preocupaciones normales de lo cotidiano, no la alejó de los otros para pensar solamente en su salvación, sino que la abrió solidariamente a los demás, a los otros. Su experiencia profunda de Dios la abrió a la experiencia comunitaria. Insisto que la dimensión comunitaria es característica esencial del carisma que encarnó Santa Teresa de Jesús. La construcción de la comunidad es ya mensaje evangelizador, y por lo tanto, ya es misionera, dando testimonio en medio del mundo en el que vive y atrayendo hacia la misma comunidad a los nuevos miembros que la forman y la consolidan: “… gozaban de la simpatía de todo pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar” (Hechos 2,47).
2.2. La comunidad querida por Santa Teresa de Jesús.-. Teresa de Jesús tuvo claro y, en conexión con el cristianismo más auténtico y genuino, que el objetivo fundamental o central es la vivencia, en comunidad, del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. La referencia comunitaria ha sido, es y seguirá siendo esencial para la vida cristiana. La gran Santa de Ávila nos ilumina en la urgencia por recuperar la calidad del testimonio de vida como seguidores de Jesús, el Señor. Grupos alternativos, comunidades nuevas, discípulas y misioneras con una fascinación y pasión renovadas por Cristo y por la humanidad, que viven con entusiasmo, alegría, sencillez y modestia el ideal propuesto en el evangelio, el cual debe seguirse con toda la perfección posible.
Los acontecimientos terribles por los cuales pasa la Iglesia de su tiempo, la golpean y le fijan una tarea. Inmediatamente después del dolor, del impacto primero de las noticias de tales acontecimientos, Santa Teresa toma una determinación firme o determinada = hacer algo: “Determiné a hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo, confiada en la gran bondad de Dios que nunca falta de ayudar a quien por El se determina a dejarlo todo... contentar en algo al Señor; y que todas ocupadas en oración por los que son defendedores de la Iglesia... ayudásemos en lo que pudiésemos a este Señor mío” (CV 1,2).
Eso poquito es ser cristiana a fondo, con toda la exigencia y radicalidad del evangelio. Y vivencia del evangelio en comunidad, haciendo comunidad o haciendo Iglesia: convocar a otras personas en torno al mismo ideal: “procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo”. Y, finalmente, servir a la Iglesia con la oración. Vivir en la Iglesia, amarla, construirla y consolidarla como un castillo de soldados valientes, generosos y fieles a su Rey.
En resumen y de cara a las grandes necesidades y males de la Iglesia, la “determinada determinación” de Santa Teresa es: ser cristiana de veras, convocar a otros en torno a este ideal esencial: servir y amar incondicional e infinitamente hasta el final a la Iglesia, a la comunidad de hermanos, reunidos en el nombre del Señor. “El llamado a ser discípulos-misioneros nos exige una decisión clara por Jesús y su Evangelio, coherencia entre la fe y la vida, encarnación de los valores del Reino, inserción en la comunidad y ser signo de contradicción y novedad en un mundo que promueve el consumismo y desfigura los valores que dignifican al ser humano” (Aparecida. Mensaje Final 2).
Teresa de Jesús siempre será una invitada de honor a la hora de buscar nuevas y radicales tendencias que revelen una profunda vitalidad evangélica y carismática; vuelta a la raíz, a lo fundamental, a la fuente primordial, que nos hace consistentes ante Dios y ante los hombres del mundo actual y que no nos hace vivir de modas pasajeras. Nuevas tendencias que nos lanzan seriamente a la búsqueda y conquista de una profunda transformación personal e institucional. Mociones frescas del Espíritu Santo en lo más íntimo del creyente, del cristiano y de los grupos y comunidades cristianas, en la vida consagrada, que nos toque y que nos ponga en sintonía espiritual con la revelación neotestamentaria y con la herencia más pura de nuestros santos.
Todo en su vida la va llevando a un nuevo concepto de vida comunitaria, de crear fraternidad, basada en características humanas y evangélicas. Presento algunas.
2.2.1. La comunidad teresiana es familia o hermandad.-. Esta nueva comunidad tiene el carácter de hogar. Habla la santa de nuestro “estilo de hermandad y recreación que tenemos” (F 13,5). Relaciones en la nueva comunidad que son el estilo de una familia sobrenatural donde el amor fraterno marca las nuevas relaciones.

Familia o hermandad como comunidades pequeñas. Ha pasado la hora de las grandes comunidades. Comunidades pequeñas, como espacios privilegiados para vivir la confianza, para aprender a vivir la fraternidad y en donde, a través de un largo proceso y de una interminable tarea, nos vamos acercando, comunicando, conociendo, respetando, valorando y amando los unos a los otros. Donde todos se van integrando como “piedras vivas”, como miembros integrales y donde todos son servidores. En medio de un mundo roto por el egoísmo y la falta de solidaridad, las comunidades de discípulos y misioneros, son verdadera alternativa, entendidas dichas comunidades como espacios donde se cultivan unas relaciones humanizadoras; comunidades cálidas, abiertas, llenas de comprensión, de perdón, de acogida, de tolerancia amorosa, de amistad, lealtad y franqueza. Espacio donde cada miembro es reconocido como templo del Espíritu; donde existe la mutua corrección, el ministerio de la animación evangélica y la superación del egoísmo y de la rivalidad: “Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás. Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo” (Filipenses 2,3-5). Comunidades pequeñas, familias o hermandades que dan testimonio alegre, viviendo una vida modesta, sencilla y solidaria, que se contenta con lo necesario y deja lo superfluo.

Es una intuición genial de santa Teresa de Jesús, lo de las comunidades pequeñas: “Que esto es siempre lo que han de pretender, y solas con El solo; y no ser más de trece; porque esto tengo por muchos pareceres sabido que conviene” (Vida 36,29) y, que seguramente fue acrisolando en el sufrimiento padecido cotidianamente en su monasterio de La encarnación de su ciudad natal, donde paradójicamente vive con más de ciento treinta (130) monjas y sin embargo, experimenta una grande soledad espiritual. La profunda contradicción es que la santa experimenta que tiene compañía y apoyo para el pecado, pero se siente sola para iniciar un serio proceso de conversión (Cfr. Vida 7,20-22).

Familia o hermandad al estilo de la Casa de Betania, la casa de Lázaro, Martha y María, donde se hospedó el huésped divino y que Martha atendió incansablemente. Concepto de vida comunitaria con énfasis en el amor y servicio al “divino Huésped” (CV 17,5-6), que se queda en la familia. Esta presencia de Cristo, es oscurecida en el grupo, comunidad, familia, por la falta de amor que puede llevar a la desunión. Ello trae la ausencia del huésped divino, el cual es votado de la casa (CV 7,10).

2.2.2. La comunidad teresiana es cristocéntrica y evangélica.-. Dos dimensiones de una misma realidad, que no debemos perder de vista en la experiencia teresiana, que ella nos ha dejado como herencia. En la comunidad teresiana, Cristo está en el centro de la misma. La santa misma, define su comunidad como “colegio de Cristo” (CE 20,1). Se pretende ser como el grupo de los discípulos, seguidores de Jesús que viven intensamente con el Maestro y gozan de su profunda y cercana intimidad. El acento cristológico que Teresa pide para sus comunidades es evidente. Quiere una comunidad donde Cristo siempre esté presente; confesión de Cristo como eje y fundamento de la comunidad, ya que su presencia da consistencia, altura, anchura y profundidad espiritual. Cristo es la norma de vida comunitaria.

Cristo siempre presente como Señor y Maestro: “Dejad hacer al Señor de la casa; sabio es, poderoso es, entiende lo que os conviene y lo que le conviene a El también” (CV 17,7). Cristo es quien “nos juntó en esta casa” (CV 3,1). Maestro, porque se anda en su compañía para aprender las palabras de vida eterna; para aprender lo que Jesús enseña, para aprender las palabras pronunciadas por esa boca divina. Las deja “salir buenas discípulas” (CV 26,10; cfr. 24,5). El fuerte énfasis de santa Teresa de Jesús sobre la vida comunitaria es muy rico y actual. El acento es cristológico concretado en la vivencia de la comunión.

Efectivamente, propone un nuevo estilo de vida con unas características muy concretas y con la raíz o fundamento en el amor. Cuatro razones para ello:
1. Gran contradicción y brutalidad vivir juntos sin amarse.
2. “La virtud siempre convida a ser amada”.
3. El mismo círculo de amor (Dios nos ama y nosotros a él).
4. Es el testamento dejado por Jesús (CE 6,7-8; CV 4,10-11).

Cristo siempre cumple la promesa de su presencia central en medio de la comunidad: “que Cristo andaría con nosotras” (Vida 32,11), “que era esta casa paraíso de su deleite”, “este rinconcito de Dios”, “morada en que Su Majestad se deleita” (Vida 35,12).

Además, la comunidad teresiana acepta el evangelio como norma suprema: “seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo, confiada en la gran bondad de Dios que nunca falta de ayudar a quien por El se determina a dejarlo todo” (CV 1,2).

La perspectiva teórica no es el fuerte de santa Teresa de Jesús (ni cuando habla de oración, de la gracia, de su inserción en la vida eclesial, de Jesucristo, el Señor, ni cuando se acerca a las Sagradas Escrituras y particularmente a los Evangelios). Su acercamiento al evangelio no es desde la teoría, desde la exposición especulativa del misterio encerrado en Jesucristo, sino que es evangelio más del seguimiento y la imitación de Cristo, como “Camino, Verdad, Vida” (Juan 14,6) y quien es para nuestra santa “por quien nos vienen todos los bienes; Él lo enseñará. Mirando su vida, es el mejor dechado” (Vida 22,7), “no quiero ningún bien sino adquirido por quien nos vinieron todos los bienes” (6Moradas 7,15).

En el acercamiento de Teresa a los Evangelios (a Jesús), hay una tendencia muy arraigada que se manifiesta como hambre y sed de identidad con la vida del Señor Jesús, quien frecuentemente la exhorta: “Estando pensando una vez con cuánta más limpieza se vive estando apartada de negocios, y cómo cuando yo ando en ellos debo andar mal y con muchas faltas, entendí: No puede ser menos, hija; procura siempre en todo recta intención y desasimiento, y mírame a Mí: que vaya lo que hicieres conforme a lo que yo hice” (CC 8 de Toledo, 1570: Recta intención y mirar a Dios en todo).

Es muy profunda la inclinación de Teresa de Jesús “por querer conformarme con lo que leía” (Vida 22,2) y es muy reiterativa en la exhortación que hace para disponernos en la identidad o imitación con el Señor: “será grande la paga imitar en algo a Su Majestad” (CV 2,7). Mucho más contundente cuando escribe: “darnos vida que sea imitando a la que vivió su Hijo tan amado; y así tengo yo por cierto que son estas mercedes para fortalecer nuestra flaqueza –como aquí he dicho alguna vez- para poderle imitar en el mucho padecer” (7Moradas 4,4).

2.2.3. La comunidad teresiana es misionera/apostólica.-. La comunidad no es un fin en sí misma. Se constituye para servir al Señor en la Iglesia con la oración, el apostolado y la santidad de vida. La dimensión misionera del carisma teresiano es fundamental. Teresa de Jesús, posee una rica vocación misionera y es una mujer de Iglesia, en la Iglesia y para la Iglesia. La experimenta como sacramento de salvación y es muy sensible al drama de las circunstancias que golpean a la Iglesia de su tiempo y en medio de ese drama y situaciones adversas, adopta una postura exquisita, pura y bien determinada o definida. Sensible al misterio de la Iglesia ante la cual adopta una actitud filial: se siente hija de la Iglesia que es su madre, en la que vive, a la que sirve y en la que muere –como lo confirman los testimonios de los que la vieron morir-, que viene a cristalizar el deseo manifestado en sus obras mayores. Particularmente resalto el testimonio de su misma pluma, consignado en las últimas expresiones de su obra cumbre “y en todo me sujeto a lo que tiene la santa Iglesia Católica Romana, que en esto vivo, y protesto, y prometo vivir y morir” (Moradas. Conclusión 4).

Por su madre la Iglesia, desata toda su capacidad operativa y todo lo pone a su servicio: la oración, magisterio espiritual, múltiples viajes y caminos andados, su gesta fundadora, tantos sufrimientos y alegrías, tantas luchas libradas. Todo ello en función de ayudar a la Iglesia de Cristo: “Estáse ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo –como dicen-, pues le levantan mil testimonios, quieren poner su Iglesia por el suelo, ¿y hemos de gastar tiempo en cosas que por ventura, si Dios se las diese, tendríamos un alma menos en el cielo? No es, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia” (CV 1,5). Y también todo en función de atraer hacia ella (hacia la Iglesia) a todos los que han de ser salvados. Entiende la dimensión del misterio soteriológico (las almas que se ganan o que se pierden). Se dispone a entregarse totalmente y multiplicada por mil, con tal de arrancar a uno solo de los que están en vías de perderse: “Diome gran fatiga, y como si yo pudiera algo o fuera algo, lloraba con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal. Parecíame que mil vidas pusiera yo para remedio de un alma de las muchas que allí se perdían” (CV 1,2).

No es otra su reacción interior ante el sermón de fray Alonso Maldonado, misionero franciscano en las Indias: “A los cuatro años, me parece era algo más, acertó a venirme a ver un fraile franciscano, llamado fray Alonso Maldonado, harto siervo de Dios y con los mismos deseos del bien de las almas que yo, y podíalos poner por obra, que le tuve yo harta envidia. Este venía de las Indias poco había. Comenzóme a contar de los muchos millones de almas que allí se perdían por falta de doctrina, e hízonos un sermón y plática animándonos a la penitencia, y fuese. Yo quedé tan lastimada de la perdición de tantas almas, que no cabía en mí. Fuíme a una ermita con hartas lágrimas; clamaba a Nuestro Señor, suplicándole diese medio cómo yo pudiese algo para ganar algún alma para su servicio, pues tantas llevaba el demonio, y que pudiese mi oración algo, ya que yo no era para más. Había gran envidia a los que podían por amor de Nuestro Señor emplearse en esto, aunque pasasen mil muertes. Y así me acaece que cuando en las vidas de los santos leemos que convirtieron almas, mucha más devoción me hace y más ternura y más envidia, que todos los martirios que padecen (por ser ésta la inclinación que Nuestro Señor me ha dado), pareciéndome que precia más un alma que por nuestra industria y oración ganásemos mediante su misericordia, que todos los servicios que le podemos hacer” (Fundaciones 1,7).
El “parecíame que mil vidas pusiera yo para remedio de un alma de las muchas que allí se perdían” y “pasasen mil muertes”, expresan claramente la pasión eclesial de santa Teresa de Jesús, a manera de un martirio místico. “Perdería mil honras y mil vidas” (CV 3,7), manifiestan la profunda vehemencia del deseo de ser mártir (no como en su infancia), de morir por la iglesia, por la fe, por las almas. Martirio entendido como incondicional servicio, total donación y coherente testimonio de amor.
Además de sus escritos, son abundantes los testimonios de personas que conocieron de cerca el alma teresiana y su pasión por las almas. Resalto solamente el testimonio de Julián de Ávila, su compañero fiel e incansable en los caminos polvorientos de España: “Todas sus ansias eran las almas que se perdían y las almas que no creían ni conocían a Dios, que a trueco de que se salvara un alma, no temiera ella de ponerse a los mayores trabajos que en esta vida se podían pasar, hasta en tanto que los que la trataban su alma era menester mitigarla esta pena porque parecía tenía en ello exceso. Y así encarga a sus monjas que siempre se duelan de las almas que se pierden y de los trabajos de la Iglesia, porque éste era su principal instituto” (Procesos, declaración de Julián de Ávila, tomo 18, página 470).
Teresa de Jesús se encarna en la tarea evangelizadora de la Iglesia, en el infinito horizonte misionero de la Iglesia, que va más allá de las fronteras geográficas de su España natal y se solidariza con la gesta evangelizadora que hace presencia en los nuevos territorios recién conocidos y conquistados por casi todos sus hermanos y sus paisanos. Ante las nuevas necesidades de la Iglesia, la Santa padece una fuerte sacudida y desarrolla una nueva sensibilización al misterio de la Iglesia y sus grandes requerimientos misioneros, en zonas donde es esperado el Evangelio.
Al estilo del gran apóstol Pablo y una vez que recibe del Padre Juan Bautista Rubeo, General de la Orden, la autorización para fundar monasterios y conventos (cuantos carmelos sea capaz), se lanza a la tarea y no cesará de hacerlo hasta su muerte prácticamente. En los últimos veinte años de su vida viajará y fundará comunidades, iglesias, de manera arrolladora e incansable, a pesar de las limitaciones (mujer, monja enclaustrada y con una salud corporal muy frágil). En sus andanzas gana para su obra a los frailes Juan de la Cruz y Antonio de Heredia, los primeros carmelitas descalzos y quienes unidos a otros posteriores, dilatarán la acción misionera y evangelizadora, llegando a tierras donde ella no pudo llegar.
Además de todo esto, es imperativo decir, que la experiencia profunda de Dios, la capacita como verdadero profeta, para testimoniar dicha experiencia. Lo anuncia con fuerza, a través de las palabras, de las obras, de su testimonio, de sus escritos y sus innumerables cartas. Todo lo aúna en su misión evangelizadora, en su acción misionera. Todo este espíritu misionero continúa vigente en sus actuales comunidades, en nosotros que somos continuadores de su obra y de sus intuiciones carismáticas y que certificamos la fuerza de su palabra, de su testimonio y su grande deseo: “que sabe Su Majestad que después de obedecer, es mi intención engolosinar las almas de un bien tan alto” (Vida 18,8). Es el bien de la oración, el de la profunda e íntima experiencia de Dios que nos enseña en lo secreto y que nos hace discípulos y nos lanza a la misión.
La incansable viajera, hace su último viaje, a la otra orilla de la eternidad, en una explosión de profunda conciencia eclesial. Muere dentro de la Iglesia, con gozo, acción de gracias y con la seguridad de lo que ella le ofrece: el Santísimo Sacramento (Cuerpo y Sangre de Cristo) que pide insistentemente y que le ofrece la Iglesia misma como gracia y sacramento de salvación. Fuerte sentido filial (muere gozosamente como hija de la Iglesia): “Al fin, Señor, soy hija de la Iglesia” y esponsal: “¡Oh, Señor mío y Esposo mío, tiempo es ya que nos veamos juntos”; “… que ya es llegada la hora tan deseada; tiempo es ya que nos juntemos; ya es tiempo de caminar; sea muy en hora buena; cúmplase vuestra voluntad”.
2.2.4. La comunidad teresiana es alimentada por la Eucaristía.-. La comunidad teresiana se alimenta de la Eucaristía. Sus comunidades acogen la presencia permanente en la Eucaristía, que permanentemente se ofrece a todos. Presencia ofrecida que reclama una presencia que acoge. En torno al Santísimo Sacramento, santa Teresa de Jesús, construía Iglesia como respuesta a los luteranos (Fundaciones 18,5). La Iglesia de todos los tiempos, además, de ofrecernos el alimento de la Palabra de Dios (la Iglesia es comunidad de hermanos convocados por esta Palabra), siempre nos ha ofrecido el Pan de la Eucaristía, que tan celosamente ha cuidado. Ambas mesas son necesarias para que el discípulo y misionero se pueda mantener en pie, para que se pueda sostener en la tarea cotidiana.

Me atrevo a decir, que estas dos mesas (Palabra/Eucaristía) sostuvieron la vida de santa Teresa de Jesús y aún sigue exhortándonos para que nos sigamos alimentando de ellas. La gran santa de Ávila tiene una conciencia muy grande y profunda de que en la Eucaristía, en el Pan partido, recibe personalmente a Jesús, su Señor y Esposo. Fue alimento indispensable para su vida.

Doy un paso abrupto en el tiempo, cuantitativamente hablando, ya que los invito a saltar de España (siglo XVI) a Aparecida – Brasil (siglo XXI, mayo de 2007): “El encuentro con Cristo en la Eucaristía suscita el compromiso de la evangelización y el impulso a la solidaridad; despierta en el cristiano el fuerte deseo de anunciar el Evangelio y testimoniarlo en la sociedad para que sea más justa y humana. De la Eucaristía ha brotado a lo largo de los siglos un inmenso caudal de caridad, de participación en las dificultades de los demás, de amor, de justicia. ¡Sólo de la Eucaristía brotará la civilización del amor, que transformará Latinoamérica y El Caribe para que, además de ser el continente de la esperanza, sea también el continente del amor!” (Discurso Inaugural de Su Santidad Benedicto XVI. Domingo 13 de mayo de 2007).

Muchas páginas de las obras escritas de santa Teresa de Jesús, están escritas bajo una influencia eucarística muy fuerte. De su experiencia de Jesús Eucaristía sigue brotando el mencionado “inmenso caudal de caridad”, que debe seguir fluyendo en sus comunidades, que cuidadosamente encarnan actitudes eucarísticas, que incluyen, por supuesto, pero que van más allá de la celebración cultual. El Papa Juan Pablo II insistió mucho en la necesidad de dar el paso del culto eucarístico hacia la cultura de la Eucaristía. Digamos que santa Teresa nos acompaña en ese paso, siempre actual, vigente y desafiante.

Los grandes valores que se viven durante la celebración cultual de la Eucaristía (el amor, la entrega generosa y solidaria a los demás especialmente a los más necesitados, la reconciliación, el perdón, la gratitud, la paz, la justicia, etc.), pasan a la realidad, a lo cotidiano de la vida, a través de la acción de los creyentes que celebran la Eucaristía y en ella encuentran la fuerza para cumplir la misión de cada día. Así, la Eucaristía es escuela de paz, escuela de amor en todas sus manifestaciones. La Eucaristía celebrada especialmente el Domingo (día del Señor y de la Comunidad de creyentes), como un “inmenso caudal de caridad”, riega los otros seis días de la semana. En otras palabras, los valores vividos y celebrados en el culto dominical, se viven personal y comunitariamente los otros días en la familia y en la sociedad.

Cuando una comunidad se deja cuestionar por la Palabra y escucha sus indicaciones vive la unidad, construye la comunión o vive eucarísticamente. Vivir eucarísticamente significa el amor, la fraternidad, la unidad, la convivencia, que diariamente se edifica entre los creyentes. Comunión fundamentada en Dios. Jesús quiere que seamos uno, como él y el Padre son uno (Juan 17, 20-21).
La comunión es tarea diaria. No está hecha por el solo hecho de creer en Jesús. La comunión la hacemos mediante un arduo trabajo en el que nos vamos conociendo, descubriendo, aceptando y amando los unos a los otros. Superando las dificultades y los conflictos (1Corintios 11,18-19). Pero las dificultades no deben ser excusas para perder el horizonte y el sentido de nuestra vocación. Existe de fondo un constante llamado a la unidad y al amor (Efesios 4,1-6).
Jesús nos abre los ojos y nos presenta a los demás como hermanos, para con ellos, construir la comunión, la comunidad de creyentes, hijos de un mismo Padre (cfr. 1Juan 4,7-21). Comunión y amor es compromiso con el otro, aunque ese otro sea un esclavo del egoísmo, del rencor, de la droga, del vicio, etc. Me corresponde comprometerme con el otro en su liberación.
Así las cosas, pienso que en la experiencia y en los escritos teresianos, encontramos resonancias y testimonios muy grandes y abundantes de una vida que celebra el culto de la Eucaristía y que evangeliza a la comunidad, a la sociedad, a la cultura, con la encarnación de los valores eucarísticos. De esto santa Teresa de Jesús sabe mucho, porque hay en ella una tendencia muy radical “por querer conformarme con lo que leía” (Vida 22,2) y con lo que celebraba, en este caso.

Un episodio harto conocido por nosotros en la vida de santa Teresa de Jesús, es el narrado por ella misma y que conocemos como el relato del Cura de Becedas (Vida 5,3-6). Ella, muestra aquí un compromiso con el otro, que va hasta las últimas consecuencias, el de la amistad que sana y recupera una situación perdida, un hijo de Dios perdido.

Para terminar, leo este texto teresiano, a mi modo de ver, una verdadera joya, en el que podemos rastrear algunas actitudes (obras) eucarísticas que se manifiestan en lo cotidiano de la vida y como ejercicio concreto del amor a Dios y al prójimo.

“Que no, hermanas, no; obras quiere el Señor; y que si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te dé nada de perder esa devoción y te compadezcas de ella; y que si tiene algún dolor, te duela a ti; y, si fuere menester, lo ayunes porque ella lo coma… pedid a nuestro Señor que os dé con perfección este amor del prójimo, y dejad hacer a su Majestad… y forzar vuestra voluntad para que se haga en todo la de las hermanas, aunque perdáis de vuestro derecho, y olvidar vuestro bien por el suyo, aunque más contradicción os haga el natural; y procurar tomar trabajo por quitarle al prójimo, cuando se ofreciere” (5 Moradas 3,11-12).

Padre Milton Moulthon Altamiranda, ocd.

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