quinta-feira, 17 de novembro de 2011

SER DISCÍPULO MISIONERO HOY EN AMÉRICA LATINA

SER DISCÍPULO MISIONERO HOY EN AMÉRICA LATINA
A LA LUZ DE LA EXPERIENCIA Y DOCTRINA DE SANTA TERESA DE JESUS

Fr. Tomás de Jesús Ostos Ríos, OCD, México.

Creo que más que decir algo nuevo a lo ya expuesto, me toca hacer un amarre de las ideas vivas aquí proclamadas en las ponencias anteriores. No diré nada ya sabido, además está ya muy bien dicho en la palabra de los que me precedieron. Tan sólo intentaré relacionar las ideas para ver si logramos ensamblarlas, integrar nuestros desafíos latinoamericanos con los del momento teresiano. Espero no ser repetitivo más allá de lo necesario.

Hemos repasado el contexto del siglo XVI de Teresa de Ávila y el del siglo XXI de América Latina. También hemos recordado cómo ser discípulos misioneros de Jesús, al igual que Teresa de Jesús.

“Buscamos” a Jesús tras haber escuchado su llamada. El nos ha puesto de pie y nos ha enviado a todas las naciones para dar testimonio del entrañable amor del Padre anunciando el Reino para nuestros pueblos. Hemos tomado como pista de seguimiento a Teresa de Jesús para realizar nuestra propia “caminhada” por América Latina.

Teresa de Jesús como referencia, claramente indicado en su nombre: no por ser Teresa, sino por ser de Jesús. En efecto, seguimos a Jesús, como Teresa, a quien ella pertenecía. Jesús es nuestro Evangelio (Mc 1,1), es la Palabra que le vuelve la vida a toda realidad nuestra. Teresa nos enseña como maestra, a escuchar esta Palabra “conversando” renovadamente, como quien sabe recibir (y pronunciar) una Voz en Silencio; esta Voz resuena hoy por toda la Tierra. Por todo lo que hemos hasta ahora escuchado, Teresa se ha convertido en Cristo, una Palabra viva; podemos afirmar que Teresa es un lenguaje abierto, literario, simbólico, práctico, comprometido, callado como las acciones que hablan, como género literario contemporáneo a todos los tiempos y pueblos, particularmente los nuestros.

Ahora voy a desarrollar e hilvanar ideas bajo dos coordenadas. La primera se refiere a cuatro realidades concéntricas: el Reino, Jesús, Teresa, América Latina (van indicadas por los números de los incisos). La segunda coordenada presenta las categorías que se hayan presentes en las cuatro realidades anteriores, los elementos del Evangelio como anuncio del Reino (van indicadas por las letras minúsculas de los subincisos). Muchas expresiones serán reconocidas como evangélicas, otras como teresianas, otras de la espiritualidad latinoamericana o de Aparecida.

1. Cuatro elementos del anuncio del “Reino”:

1.a “Evangelio”: lo entiendo bajo las siguientes aspectos. Como…

Acontecimiento: es un suceso en la vida que no es como cualquier otro. Su acontecer manifiesta algo enorme, como rastro inconfundible de Dios que viene caminando con nosotros, que deja una huella inmensa en el corazón, cuando muestra la bondad y la cercanía de este Dios de Jesús y de Teresa, preocupado por el “hambre” de los pueblos o de las personas.

Acto de Dios, se da a partir de la iniciativa divina antes que de la petición humana, porque es puro celo de Dios por el ser humano (Sal 8): es un acto que el pueblo o la persona no pueden imaginar. Por ejemplo: “la estéril o la que no conoce varón se vuelven fecundas”, cuando el hombre juzga y sentencia la pena de muerte, Dios sentencia la vida a través de la resurrección, etc. No sólo es iniciativa divina, además es gratuita, como “perdonar los diez mil denarios”, o reintegrar al publicano y a la prostituta a la comunidad, etc. Como son actos de Dios, no podemos imaginarlos (1 Co 2,9), los hace como Dios, no como hombre (Os 11,9), la persona no puede provocarlos (vid 7M 1,11).

A través de este acto, Dios transforma, transfigura una situación, una historia. Lo muerto lo transforma en vida, los huesos vuelven a tener carne, al enfermo lo pone de pie, y a quien está de pie lo pone a caminar sobre el agua; el cansancio de un viaje a Emaús lo transforma en entusiasmo, y lo que estaba oscuro y triste lo llena de sentido y esperanza, etc.

Produce una alegría entrañable. Primero, al hambre del hombre le arranca un grito, despertando la conciencia de eso que es injusto y daña al ser humano; y cuando al pobre lo colma de bienes, le arranca un grito de alegría y alabanza: a la multitud la resucita como pueblo poniéndole en la conciencia: “hoy ha estado grande con nosotros, de nuevo se ha manifestado como nuestro único Dios, suscitando un profeta en medio de su pueblo” (Lc 7,16).

El evangelio provoca una alabanza, un canto, una proclamación. Ana y María se ponen a cantar la grandeza del Señor, y la comunidad a proclamar el kerigma, en una liturgia agradecida y laudatoria del Señor, celebrada en esperanza, vida del corazón.

1.b “Discípulo”

Es aquel que se ha puesto en camino al sentirse llamado por Jesús, el Hijo de Dios. Se siente llamado porque Jesús “se le acercó, lo tocó y lo levantó” (Mc). Le despertó la conciencia de Dios a través de una experiencia. Por ella lo puso a caminar como “siervo”, y en el camino se le fueron abriendo los ojos. Jesús provocó en el discípulo una “conmoción”, lo “desconcertó”; el discípulo lo escuchó, lo dejó todo y se adhirió a él (vid CV 1,2).

Hay dos tipos de discípulos: los que permanecen en su villa dando allí testimonio, haciéndose levadura en medio de la masa, y los que son enviados a proclamar el Evangelio. Ambos forman la “familia Dei”, por la cual se hace presente el Reino de Dios.

1.c “Misionero”

Es el discípulo “enviado” (“apóstol”) “de Jesús”, para proclamar el Reino. El misionero sale de la comunidad de los discípulos para “recrear” el Reino “creando” o “fundando” nuevas comunidades que lo experimenten y den testimonio de él.

1.d “Evangelizar”

Por este acto damos testimonio de lo que hemos “visto y oído” cuando “hemos ido de camino”, a través de nuestra manera de vivir. Testigo en griego se dice “mártir”. La vida es vivida hasta el extremo a favor de este testimonio.

Mártir no es necesariamente quien muere, sino quien sigue vivo a pesar de haber transitado por la muerte: Dios se revela en este tránsito, “saliendo” de una conciencia de muerto a una de estar vivo por la fe. (Tal vez este andar en la fe corresponda a la “verdad” de la humildad teresiana).

“Tocamos” a los otros a través de nuestras relaciones. “Pegamos calor”, diría Teresa. Esta manera de tocarlos despierta en los otros la conciencia de la cercanía de Dios, y a través de nosotros el Padre los levanta, los “pone de pie”, él los “resucita” a través de nuestro trato.

A través de estos actos actualizamos el Reino, es decir, lo hacemos “presente” en medio del mundo. Por medio de la “fuerza de Dios” (su Espíritu) realizamos “actos” de Dios en medio de la historia, como los “hechos de los apóstoles”. El Reino se empieza a difundir por contagio a través del testimonio de los que andan en fe, en verdad, en amor.

Es un “Reino” diferente, porque el Rey es el Padre, y su justicia transforma el “caos” de nuestra historia en una historia llena de “vida”, una vida que vale la pena vivirse, una vida definitiva, todo realizado por Dios a través de las manos de la comunidad humana.
2. Ahora presento estas categorías desde la praxis de Jesús:

2.a Cómo es Jesús el Evangelio del Padre, anuncio del Reino:

“Dichos”: Jesús habla del Padre, no de oídas, pues conoce al Padre. Nos habla de la inmediatez de su Presencia. Como hay un contraste entre lo que él dice y lo que dice la gente, suena como un “discurso nuevo, asertivo, con autoridad”. Así tenemos los “discursos de Jesús”.

“Hechos”: es la manera de anunciar el Reino sin pronunciar palabras, como un “lenguaje callado” que revela la vida de Dios a través de “actos” (Jn 5). Estos actos se vuelven elocuentes al evidenciar la solicitud del Padre, porque son actos realizados como sólo el Padre sabe hacerlos, pronunciados en la praxis de Jesús, según quedó expuesto en 1.a.

2.b Cómo forma Jesús la conciencia del “ser” discípulos.

Con esta manera de “decir” y de “actuar”, Jesús nos está “presentado” un mundo diferente, otra manera de relacionarnos, otra manera de ser justos, una forma similar a actuar como nuestro Padre del Cielo. Y lo está haciendo con la “fuerza de Dios” (vid. Rm 1,16-17), con el “Espíritu de Dios” (Lc 4,18). Esta nueva justicia, que es tarea de un “rey”, como es nueva, nos permite hablar de un nuevo reino, una nueva justicia, y por lo tanto, también de un nuevo pueblo, un nuevo ser humano, un cielo nuevo y una tierra nueva. Este Rey es Dios, ésta es su Justicia, y así somos un nuevo Pueblo y unos Hombres nuevos.

En resumen: Jesús nos está presentando una alternativa: una manera distinta a la de ser “mundo” o a la de ser como “los demás hombres y pueblos”. Nos está enseñando a “ser espíritu” personal y comunitariamente, en contraste con nuestra manera de “ser carne”. Nos está mostrando el Camino para ser “Familia Dei”.

2.c A dónde y cómo los envía Jesús.

Esta manera de “ser” “nueva” necesariamente entra en conflicto con el mundo, porque ya no se rige con los valores de éste, ni se mueve por intereses. Las relaciones cambian, pues ya no se trata de una mera “sociedad”, sino de una “comunidad”.

Mantenerse fiel a esta manera de ser como Dios en un mundo que “no entiende”, la podemos calificar como una “fidelidad máxima” al proyecto de Dios. Es una fidelidad en conflicto “tal”, que incluso la misma vida se relativiza para dar testimonio de este Padre, ya que ni la misma muerte puede detener su Voluntad de justicia y de vida. La vida entregada como un “acto” extremo de amor se torna en testimonio de la vida verdadera.

2.d Cómo se realiza en Jesús la obra del Padre, en su Muerte y Resurrección.

El “Reino” comienza a “entenderse” cuando a pesar de la resistencia del mundo ante esta alternativa, y por haber dado muerte al Justo, se evidencia la injusticia del sistema, subiendo su clamor al Padre, que interviene a favor de la Verdad que da Vida (Jn 1,3-4) ante la cual la muerte no tiene poder, ni tampoco el demonio ni la carne. Entonces el Padre resucita a su Hijo, a través de un acto inimaginable para los que “siguiéndolo” están “experimentando” esta “hora” (Mt 24,44; 26,45; vid Lc 22,47-53; Jn 18,11) sin acabar de “entender” (creer).

En esta manera de “ver actuando” a Dios en la vida y el mundo, el Reino nos da una “clave hermenéutica” para entenderla distintamente de toda humana comprensión, pues no ha nacido de “carne”, sino del “Espíritu”, es lo que llamamos “fe”, y permanecer en fe es lo que llamamos “fidelidad”.

Esta vida plena de sentido por la fe es la vida digna de ser vivida, la vida definitiva, la resurrección. Por la fe hemos resucitado con Cristo y hemos tomado posesión del Reino, con la “conciencia” de ser Hijos de Dios (Jn 1,12).


3. Desde la praxis de Teresa...

3.a Teresa experimenta, entiende y comunica el Evangelio

De acuerdo con todo lo anterior, podemos continuar la pista en la vida y la obra de Teresa:

(De 1.a) Teresa ha experimentado a Dios en su vida: sobre los acontecimientos de su vida ordinaria, ha experimentado la cercanía de Jesús y la infinita preocupación de Dios por ella. Lo podemos notar en los momentos claves de sus infidelidades, de las enfermedades que le aquejaron, los problemas y obstáculos que acompañaron las fundaciones de los palomarcitos. En todos estos acontecimientos aparecía la debilidad y la “carne” de Teresa, revelándose allí la “fuerza” de Dios. La presencia de Dios en su vida se reveló en ella (Gal 1,15) en su debilidad, como un Evangelio, Jesús mismo (Mc 1,1) actuando en ella, que así se le convirtió en “libro vivo”.

(De 2.a) Teresa nos ha dejado una enseñanza a través de hechos y de dichos. Sus hechos los conocemos a través de las “obras” “narradas” a través de sus “dichos”, los textos teresianos. El libro de su Vida narra no lo que es ella, sino lo que es Jesús en ella.

Sus obras completas no son sus libros, sino los textos más toda la obra que realizó el Padre a través de ella, cuando ella supo seguir a Jesús: su conversión, su reforma, sus fundaciones, su nueva familia.

Lo que hay en el fondo de su obra es una experiencia entendida y comunicada: un abrazo entrañable de Dios que le supo a “leche y miel”, y llenó de luz y sentido toda su vida. Sus dichos nos regalan palabras para poder entender y asimilar nuestra propia experiencia de Dios y el modo de caminar a través de esta experiencia, plasmado en su Camino de perfección. Sus hechos son la puesta en acción de esas “mercedes” divinas que nos modelan y remiten necesariamente a las “obras” (vid 7M 4,11.14) realizadas de acuerdo con estos “principios”, “cimientos” (7M 4,9) o Fundaciones.

Al final, Teresa se queda abrasada meditando un Cantar.

3.b Los discípulos forjados en la enseñanza viva teresiana.

A través de su “obra” Teresa nos enseña a ser seguidores y testigos de Jesús bajo cualquiera de las dos fórmulas: como discípulos estables o como misioneros itinerantes. Cuestión de lenguaje: todos, mediante el testimonio de vida somos “discípulos misioneros mártires”.

Recordemos que la familia teresiana es una “orden mendicante”: somos seglares que transformamos la sociedad permaneciendo dentro de ella y transformándola de acuerdo con estos “cimientos” según el puesto de cada uno; somos monjas que desde una particular estabilidad damos testimonio del Reino, reflejando el poder del amor de Dios desde un signo de la limitación humana; somos frailes y religiosas de vida activa que se nos ha encomendado la misión itinerante de portar con nosotros esta Palabra que llevamos en las entrañas dibujada.

Como discípulos vivimos en comunidades, con un semblante diferente de cualquier comunidad, con un “trato” “conversable”, del “cual gustan todos”, porque sabe a Reino.

Integramos comunidades en las cuales caemos en la cuenta que “para esto nos juntó el Señor”.

Presentamos con nuestras relaciones una “comunidad alternativa”: no puede parecerse a cualquier institución, sino ser una comunidad que transparenta ese entrañable Amor Trinitario que nos une (vid IM 1,1). Como comunidades “plurales” y “heterogéneas”, transitamos de una conciencia “doctrinal” a una transmisión “pastoral”. Hijos de un mismo Padre “todos somos iguales” como hermanos, como los doce hijos de Jacob, los doce apóstoles de Jesús. Aún “accidentalmente todos somos iguales”: estamos afectados por los mismos problemas globales, hemos sido confundidos por el pecado, hemos experimentado la impotencia y la indigencia, hemos sido interpelados por la necesidad ajena, nos domina el miedo a la muerte … y un mismo Señor nos ha sacudido metiéndonos en un camino de “desconcierto” que sólo puede descubrirse en el seguimiento y la “escucha” de una Palabra.

Como experiencia histórica resalto el hecho de que “fuerzas de mujeres despreciables” son la forma como Teresa, y Dios a través de ellas, ofrecen una contrarreforma diversa a la de Felipe II y la Inquisición (mundo).

El carisma teresiano entendido como “trato de amistad”, nos forma en esa manera de “ser tales” para ser testigos (“mártires”), a través de nuevas relaciones: de entendimiento puesto en la verdad de la fe, con un amor entre unos y otros por medio del cual conocemos a Dios (1 Jn 4,7s), esperando todo de la fidelidad de Dios, con desapego a todo lo que no sea su voluntad.

3.c La misión teresiana.

Esta manera nueva de relacionarnos como “Amigos fuertes de Dios” enseña al mundo una manera nueva de amar, de actuar evangélicamente, como alternativa personal y comunitaria, que en el mismo acto de ser y de vivirse, estamos siendo “luz del mundo” y “sal de la tierra” (Mt 5,). La comunidad teresiana comienza a convertir al “mundo” desde dentro, sin hacer ruido, como las “casas de los pobres” (vid CV 2,10; n.8: ”grandes muros son los de la pobreza”).

Abrir senderos como Teresa, seguramente nos acarrea sospecha de parte de las autoridades vigentes, civiles o religiosas. Pero no debe confundirnos el hecho de disentir de convenciones que han “perdido su sabor”. La mera praxis en sí misma no es herejía: es un primer paso, el de “experimentar” en fe, como riesgo y como signo de autenticidad de la misma, para dar paso a la reflexión, “juzgar” (“criticando”), que es discernir lo viejo de lo nuevo para quedarnos con lo mejor, lo más parecido al “obrar” de Dios.

En este respecto importa mucho la conditio sine qua non teresiana, el “buen entendimiento” (vid CV 14). Quien no esté dispuesto a salir de lo viejo, lo “concertado”, para “entrar” en el “desconcierto” de Dios, que es a la postre el “concierto” más “acertado (CV 14,3; vid CV 7,13: “va todo desconcertado este concierto”), no sabe de amores ni de fe. Lo contrario a la fe no es el entendimiento, sino el poco entendimiento, o dicho en griego, la “hipocresía”. A mayor entendimiento, mejor recepción de la fe.

3.d “Aquí comienza un libro nuevo”.

Este ser “pueblo de Dios” (comunidad) y “moradas de Dios” (personas), trae consigo una alegría grande, una satisfacción inmensa de ser, por ser para Dios y para los demás, con un sentido lleno de significado; donde el centro no son los intereses de cualquier tipo, sino la dignidad y hermosura de las personas. Es anuncio y tipo de la vida definitiva de los Hijos de Dios, para vivir como hermanas y hermanos en torno de la Bienaventurada Virgen María, priora (la primera) en la comunidad del Monte Carmelo (Convento de la Encarnación), tierra que mana “leche y miel”, donde todos puedan “venir y comer sin pagar, beber leche de balde” (Is).


4. En América Latina.

Nuestra referencia eclesial básica hoy es “Aparecida”. La tomo como una “teología de la historia” (como el libro de la Vida o de las Fundaciones) que hace nuestra Iglesia Latinoamericana desde su experiencia de los últimos tiempos. Los subtítulos son frases acuñadas que expresan nuestra disponibilidad teresiana de ser tales para nuestros hermanos de Latinoamérica.

4.a El “mejor vino” teresiano en un odre latinoamericano.

En nuestros pueblos, en su mayoría mestizos, se ha fusionado un lenguaje autóctono con uno nuevo, traído del viejo continente, generando una sociedad nueva, hoy ya vieja, “envejecida” por el fenómeno de la globalización. Lo global nos economiza, pero desgraciadamente no nos ha englobado como hombres nuevos. Teresa con su “hablar” nos pone en referencia con la Palabra del Padre que es siempre nueva, y que siempre nos renueva y “refunda” como personas y como pueblos.

Teresa nos invita a “ser conversables”. Aquí “hablar” es “ser” (Sal 19,4): que nuestros actos sean inmensos actos creadores de vida en la historia, puestos en razón, mostrando una Iglesia creíble. Que nuestra manera de ser y de relacionarnos diga algo “verdadero” a nuestros pueblos y sus “sistemas” (totalitarios, porque son totalizadores). Nuestras vidas tienen que ser pronunciadas de manera que “sepamos” a Dios, y este “trato” provoque “gusto de Dios” a todos quienes se nos acerquen. Nuestro trato está llamado a ser una “nueva liturgia” que hable por sí sola (vid Jn 4,23). Las obras son amores y no buenas razones: nuestra manera justa y recta de vivir, fundamentada en el amor y no en fundamentalismos, dará “carne” a ese Dios con nosotros.

Dios justo hace justicia al hambre de nuestros pueblos con los panes y los peces que nos piden nuestras gentes: la acogida, la solidaridad, la solicitud de unos con otros, la corresponsabilidad de crear una sociedad justa e igualitaria, movida por el amor puro espiritual que pone a las personas en el centro de las relaciones, no así los intereses (económicos, políticos, sociales, personales, etc.), ocupados todos por la casa común que es esta Tierra que gime aguardando nuestra conversión (Rm 8,18-27).

4.b. El camino de los discípulos: “volver a lo esencial”.

La espiritualidad teresiana de “ser tales”, genera nuevas personas, resueltas “psicológicamente” y espiritualmente, “disponibles” para comprender más que ser comprendidas, para escuchar más que ser escuchadas, hasta dar la vida, interiormente por la ascesis, exteriormente por la solidaridad y la comunión.

No podemos “entendernos” como personas sin la referencia al otro, ni amarnos a nosotros mismos sin salir del ego individualista. Entramos en comunión con el otro por el amor, lo acogemos por la humildad de la fe, lo esperamos con atención desinteresada y desprendida.

Gracias al rostro del “otro”, del que nos necesita, del “pobre”, se abren nuestras conciencias. El grito globalizado del dolor, la desesperanza, la falta de alternativas y de identidad de las personas y de los pueblos, golpea nuestras conciencias. No necesitamos inventarnos “ascesis de bestias”. Tenemos bastantes penas como para generar otras más. Mrejor sigamos el sabio consejo teresiano: “hagamos de la necesidad, virtud”.

Dios escucha el clamor del pueblo y ve su oprobio (Dt 26,7). Por la vida teologal expresada en las tres grandes virtudes teresianas, nos pone a escuchar y a mirar como él, en unión con él, y nos hace sentir el dolor y la infinita preocupación su corazón divino, hasta que le ofrezcamos nuestras manos y nuestros pies, nuestros panes y nuestros peces, para que él pueda multiplicarse en nuestros pueblos a través de nuestras comunidades.

Teresa nos refleja en estas tres virtudes los “cimientos” (fundaciones, fundamentos) para poder realizar esta obra de Dios en nosotros. Pedagógicamente el primer paso en la experiencia de lo inmediato, la personal, la familiar. Reconocido Dios en las miserias de nuestra vida (humildad), entendemos y podemos acompañar los procesos de nuestra gente.

La realización de esta obra es el signo de autenticidad de nuestro ser verdaderos amigos fuertes de Dios. La oportunidad nos la regala el semblante de los que sufren.

Sus pobrezas, sus oprobios nos despiertan y “recuerdan” a la realidad: no son como lo imaginamos. Nuestras imaginaciones (vid 7M 4,14) se desbaratan ante el humus de la necesidad ajena. El “prójimo” no es como yo lo interpreto, su dolor y su belleza reflejados en su rostro nos sacuden la conciencia, nos “conmueven”, porque con su “diferencia” nos sacan de nuestras expectativas.

Tampoco conocemos el resultado final: lo que será lo descubriremos ensayando el camino de Dios en fe. No podemos contentarnos con una mera promoción humana al estilo de las ciencias humanas o de las naciones. Sólo lo podremos hacer si vemos en cada rostro humano un “hijo de Dios”, y en cada historia, por deshumanizadora que sea, una oportunidad para reconocer el paso del Padre, generando esperanza.

Todo se “convierte” en una aventura en la que todo está por hacer. Hoy se está “re-fundando” un nuevo “San José de Ávila” latinoamericano. La visión del infierno (V 32) está presente en las hambres de nuestros pueblos.

Siendo fieles al Espíritu de Teresa, de Jesús, refundamos nuestras comunidades que se muestran como una alternativa que habla por sí sola del Reino de Dios a las “multitudes” (que “van como rebaño sin pastor”), a través de nuestro trato mutuo, nuestra liturgia, nuestra oración y compromiso, desde el desprendimiento y la generosidad del amor.

4.c. “Para esto nos juntó el Señor” (CV 1,5). “Ay de mi si no evangelizare.”

Nuestras comunidades teresianas, cuando se precian de ser tales, realizan el éxodo de lo tradicional a lo desconocido, del “ritual de la pureza” a lo “profético”, de lo doctrinal a lo pastoral. En esta “caminhada”, los hermanos vamos conociendo, y en el mismo acto, enseñando el camino de ser como Jesús: entrando en conflicto con todo lo que no es el Reino de Dios, de paz, de amor, de justicia y derecho… hasta dar la vida –viviendo o muriendo, dando fruto con las obras-. Viendo al crucificado, todo se nos hará poco (7M 4,8).

4.d. “Para vos nací” (P 5)

Como comunidades de personas unidas a Cristo, en este testimonio de fe (humilde y obediente), esperanza (desasida y pobre) y amor (de unos con otros y Dios), vamos testimoniando un Dios extraño, nuevo, desconocido, haciéndolo sin saber cuándo ni cómo (Mt 25, 31ss). Vamos delatando, con nuestras pisadas que siguen a un Dios que camina en el mar, el camino de la vida definitiva: por la fe vamos entrando en esta vida que es la de Dios con nosotros, resucitando con Cristo, aquí y ahora.

El ejercicio teologal de las virtudes teresianas es el camino de perfección: aprendemos con Cristo a “obedecer sufriendo” (Heb 5,8), generando historias de vida, la tierra del Carmelo que mana leche y miel.

Aparecida apunta hacia un “itinerario espiritual”, Teresa nos comunica uno experimentado y entendido, las Moradas de Dios con nosotros.


CONCLUSION

Creo que vivimos en un tiempo y en una región donde lo “pastoral” remite necesariamente a un “kairós”: el tiempo de Dios que nos mete en un “descanso eterno”. La Palabra callada del Padre nos adormezca las “potencias” tan desesperanzadas, las transforme dentro de un capullo para renacerlas como “mariposas” que anuncien la primavera de Dios (vid 5M 2).

La conversión auténtica nos ha de llevar a encontrar los caminos originales y desconcertantes de Dios. Generar una alternativa para nuestros pueblos no es suficiente: implica algo más allá que una justicia distributiva, si el dios que la mueve es el dinero; algo más allá que “migrar” libremente por nuestras fronteras buscando trabajo, si lo que “trabajo” significa trabajar para lo ajeno de otro con la implicación de la enajenación de la propiedad; algo más que justicia, si los tribunales no saben rehabilitar al hombre ni reintegrarlo a la sociedad y en lugar de eso las condenas llevan a la pena de muerte o a la separación de las familias; algo más que educación, si educar consiste en formar partes especializadas de un sistema…

Nuestro fin no es generar una sociedad, sino una comunidad; nuestras sociedades no deben nacer de contratos, sino de un “trato de amistad”; nuestras parejas no deben unirse para procrear, si el ayuntamiento nace de la pasión, el hedonismo o el dominio de un género sobre otro, en lugar del amor puro espiritual; nuestras comunidades no deben formarse si las vocaciones son funcionales o responden a fines interesados (por más religiosos que sean), antes que la respuesta a una provocación de amor y esperanza que pone a desarrollar todas las capacidades humanas; nuestra espiritualidad no debe orientar el desarrollo de los pueblos si parte del temor en lugar del amor; nuestros templos no deben abrirse si producen pensamiento mágico y prácticas de dependencia religiosa en lugar de formar adultos en la fe y el compromiso…

Sería preocupante promover desarrollos populares con criterios “macro” políticos – económicos – sociales, sin un espíritu decididamente teologal. Un Pueblo sin conciencia y sin esperanza está muerto. Sólo la unicidad de la vida en la pluralidad de las culturas promueve diferencias. Sólo en la diferencia podemos reconocernos auténticamente singulares. Sólo en el reconocimiento (propio y ajeno) podemos entregarnos. Sin la acogida confiada del otro, no podemos donarnos. Sin poder fluir de unos a otros sin tasas ni intereses, no podemos experimentar la gratuidad. Sin la espontaneidad propia de lo humano, no podemos cultivar la esperanza.

Antes de señalar “desafíos” necesitamos una conversión de la primera estructura humana: la conciencia. Sin un “corazón de carne”, y una actitud de “escucha”, no habrá cielo y tierra nuevos. Mas con una luz verdadera siempre vigente, encontramos siempre respuestas nuevas.

Nuestra primera solidaridad con el Pueblo ha de ser la del tránsito ascético desde el individualismo, el hedonismo, el egotismo y la propiedad, todos ellos conformadores de relaciones egocéntricas, hacia el ser humano desnudamente libre, desprendidamente pobre, porque nuestro único alimento es hacer la voluntad del Padre. Pero lo que impulsa este paso es la “mística experiencia” de Dios en la historia, el que nos abre la conciencia, cuando el letargo o el olvido se adueñan de nosotros al hartamos de los paradigmas de nuestros ídolos (vid Dt 6,11ss). El Pueblo nos demanda enseñarles hoy a caminar teologalmente por la historia, desde el caos hacia la humanidad pensada por Dios desde su Creación.

Necesitamos una determinada determinación para pasar de una “opción” a “ser” realmente pobres. El problema de nuestra espiritualidad es que conceptualmente es correcta, pero vivencialmente es burguesa. Solo desde la pobreza es posible experimentar a ese Dios con nosotros. “Allí” nos enseña una nueva clave hermenéutica de la historia, “allí” nos nace la esperanza de la fe, “allí” conocemos la Palabra del Padre para comunicar la Vida. En el hambre acogemos el pan de Dios, desde su satisfacción nace un mensaje sin resentimiento, lleno de esperanza.

Nos haría mucho bien pasar de un lenguaje conceptual a un lenguaje simbólico, como el de la Biblia o el de nuestros místicos, hasta quedar bien callados sin otras razones que la del amor.

Creo que no se trata de inventar algo nuevo, sino de volver nuestras conciencias a nuestro fundamento y origen: el Padre. Se trata de renovar lo que desde siempre ha sido consustancial a nosotros, de volver a hacer vigente lo “primero”, lo “definitivo”, pero la conciencia de ello siempre viene al último, una vez que lo tenemos “obrado y hallado” (2N 17,8).

Seamos fieles a esta nueva conciencia y compromiso, siempre plenos, siempre últimos, siempre definitivos, porque nos ponen los ojos en nuestro Esposo CV 2,1), en nuestros orígenes (vid CV 11,4). La vigencia de nuestro carisma, debida a la fidelidad de Dios, sólo puede hacerse carne mediante la fidelidad nuestra al Espíritu. Honremos la memoria de nuestra Madre Teresa a través de la vida fiel al Evangelio hoy y aquí, en América Latina.

--------------------------
Palestra proferida durante o Congresso latino-americano de Espiritualidade em Santo Domingo

Nenhum comentário:

Postar um comentário